viernes, 27 de septiembre de 2013

La arena de Zabiega

El adolescente al que yo conocí es hoy un diestro novelista,
autor de una obra ya más que notable




CUANDO yo conocí a Miguel Otero el mundo era tan joven que muchas cosas aún no tenían nombre, pero nosotros intuíamos que existían y las señalábamos con el dedo y el gesto descarado del que no sabe, pero tiene muchas ganas de saber.

Cuando yo conocí a Miguel vivíamos en una ciudad gris con sombras de niebla y esquinas de barro en la que los muchachos vestían un traje carcelario azul marino y las muchachas, recuerdo vagamente, eran bellas y difíciles.

Por aquel entonces no habíamos leído a Cernuda e ignorábamos, por tanto, que cuando termina la juventud empieza el tiempo en el que las cosas mueren. Pero nosotros teníamos el mandato, eternamente repetido, de cambiar el mundo. Ahora nos conformamos con constatar que el mundo no nos ha cambiado más que lo justo.

Otero era entonces un adolescente despierto, curioso e inquieto que ejercía su condición feliz e indocumentada de joven enamoradizo. No recuerdo en qué novela Lobo Antunes se preguntaba por qué hay tantos niños inteligentes que acaban convirtiéndose en adultos imbéciles. No es el caso de Miguel, que ha trasladado sus tempranas inquietudes a la literatura con talento, sabiduría y gusto.

Hoy presenta en Ciudad del Puente su última novela, "El asedio", una inquietante historia que se desarrolla en la capital de una comarca rodeada de montañas llamada Zabiega. Territorio imaginario que, como todas las regiones ficticias de la literatura, acaba siendo absolutamente real.

La Zabiega de "El asedio" es una tierra aislada y áspera. Sus habitantes han abandonado toda esperanza, guardan secretos inconfesables y mezquindades avariciosas, escriben siempre la misma carta. Viven incomunicados con el exterior y pendientes de la amenaza difusa e imprecisa de la arena: un tsunami de polvo que, desde el sur, va cubriendo ciudades, campos y valles.

El regreso de un vecino largos años alejado de la comarca es el desencadenante de la tragedia final, planteada con extraordinaria pericia narrativa a modo de una Fuenteovejuna a la inversa, cruel y primitiva, en la que la sangre aparece encubierta en tradiciones atávicas incompatibles, como el Toro de la Vega, con el tiempo actual de nuestra civilización.

Zabiega, ha explicado Miguel Otero, es un acrónimo inspirado en las iniciales de Zamora, Bierzo y Galicia. Una comarca fronteriza, vencida, agotada, recocida en su propia salsa. Una tierra macondiana, en un tiempo feliz y próspera, condenada ahora a desaparecer bajo la lluvia de arena.

El adolescente al que yo conocí es hoy un diestro novelista, autor de una obra ya más que notable, capaz de crear universos que atrapan y turban. Capaz de crear territorios metafóricos en los que no queremos reconocernos porque nos da miedo la arena de Zabiega.

Fronterizos. Diario de León (27 septiembre 2013)

lunes, 16 de septiembre de 2013

Escuchando a sabios ignorantes


Johannes Stoeffler,
un erudito alemán del Renacimiento,
predijo que un diluvio universal
cubriría el mundo el 24 de febrero de 1524
ABUSANDO de la confianza, había decidido colarme en la columna del presidente de la República de Almendros, el maestro Suárez RocaMe acerqué entonces a la Bahía del Pajariel, dispuesto a dar de comer a las gaviotas mientras veía salir los barcos hacia tierras donde todavía queda esperanza. Acababa de leer aquella respuesta que Eça de Queiroz le dio a una dama inglesa que le preguntó si era español. “Peor: portugués”, le contestó el novelista de Póvoa de Varzim, que es población similar a Ciudad del Puente, pero donde no hace falta imaginarse el mar.

El Optimista se me había adelantado. Se protegía de la lluvia con un periódico que aún no había salido, esperando las últimas noticias sobre el fin del mundo. Y me contó la historia de Johannes Stoeffler, un religioso alemán del Renacimiento que destacó por su erudición en el ámbito científico. Llegó a ocupar la cátedra de astronomía y matemáticas en la Universidad de Tubinga, de la que fue rector en 1522, e incluso se convirtió en asesor de la realeza.

“Por eso ­–me contaba el Optimista–, el hombre había conseguido un notable prestigio de sabio y cuando predijo que un diluvio universal cubriría el mundo el 24 de febrero de 1524, la gente le prestó atención. A medida que la fecha de la catastrófica profecía se acercaba, el pánico se fue apoderando de la población. Las propiedades más cercanas a los cursos de agua se malvendieron ante su probable pérdida”.

“No queriendo ser menos que sus colegas del continente, astrólogos ingleses confirmaron la inminencia del terrible diluvio, aunque adelantaron su llegada al 1 de febrero y lo situaron en la capital británica. Pese a que en la fecha indicada apenas cayeron cuatro gotas sobre Londres, los seguidores del sabio alemán no cesaron en sus previsiones”.

”Un tal von Iggleheim construyó un enorme arca en la que en el amanecer del 24 de febrero empezaron a embarcar amigos y familiares bajo la mirada entre inquieta y burlona de una multitud curiosa. De pronto, empezó a llover. No era una lluvia especialmente intensa pero sí lo suficiente como para generar el pánico entre la masa, que abordó la nave de Iggleheim, arrollando a su propietario y causándole la muerte. Finalmente, 1524 fue uno de los años más secos de la historia alemana. Stoeffler revisó sus cálculos y concluyó que al diluvio sería cuatro años más tarde”.

La lluvia había cesado. Un tibio rayo de sol iluminó la cara del Optimista, de repente ensimismado y silencioso. “¿Qué crees que es peor, ser español o portugués?, le pregunté. “Lo peor son los cadáveres que estamos dejando por el camino mientras perdemos el tiempo escuchando a sabios tan ignorantes que sólo saben de economía”, me dijo mientras lanzaba una piedra que quedó flotando en la bahía.

Fronterizos. Diario de León (21, diciembre, 2012)

viernes, 13 de septiembre de 2013

Hagamos las cosas bien




PRIMERO privatizaron la sanidad, pero yo estaba sano y no me importó. Después se fueron por la educación. Pero tampoco le di importancia: ya me consideraba suficientemente formado. Privatizaron también la justicia, pero no dije nada porque yo no era persona litigante. Ahora me privatizan a mí. Y ya no queda nadie que hable por nosotros.

El texto aquí parafraseado no lo escribió nunca Bertolt Brecht, a quien se le ha atribuido reiterada y erróneamente. El original es del reverendo Martin Niemöller, un religioso alemán que denunció la pasividad de su pueblo ante la llegada de la barbarie nazi.

Sea de quien sea la reflexión, admitamos la derrota de lo público. Reconozcamos que esa batalla también la hemos perdido. Asumamos que se ha conseguido el máximo desprestigio de la gestión pública de los bienes y servicios colectivos.

Y obremos, pues, en consecuencia. Queda mucho trabajo por hacer. Sobran empresas dispuestas a gestionar y sectores que aún están en manos del inoperante aparato de la administración pública. Hay perspectiva de negocio y eso supone puestos de trabajo mal pagados, comisiones que engrasen la actividad y un ejército de intermediarios que animen el mercado de los maletines.

No nos quedemos en la superficie. Hay que profundizar y llegar hasta la raíz. Hagamos por una vez las cosas bien. No basta con privatizar la gestión de los espacios para visitantes en Médulas. Privaticemos el paraje completo, el suelo, los pájaros y el bosque, el Lago de Carucedo y a sus vecinos.

Seamos valientes. Llevemos las reformas hasta sus últimas consecuencias. Saquemos a concurso los gobiernos municipales, provinciales y autonómicos. Hay empresas de management suficientemente preparadas como para gestionar eficazmente y con menor coste el gobierno de la nación.

Subastemos el puesto de presidente de gobierno. Hay espléndidos profesionales con currículo y trayectoria sobradas para asumir el cargo sin el engorro (carísimo) de las urnas. Que algún fondo buitre asuma de una vez por todas la gestión de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones ciudadanas. Que se privatice el puesto de jefe del Estado y se le adjudique a Botín.

Y mientras tanto los súbditos que se entretengan con asuntos propios de su condición: lapidar a un cantante brasileño que saca en una verbena la bandera de León, pintarrajear el autobús del equipo de fútbol rival, gritar canciones patrióticas a altas horas de la madrugada o hacer chistes con el inglés de Ana Botella.

Y cuando estemos de nuevo instalados en nuestra condición de siervos, tal vez se nos ocurra formar cadenas humanas reivindicativas. Pero para entonces las únicas cadenas a nuestra disposición las tendremos atadas a nuestras manos.

Fronterizos. Diario de León (13 septiembre 2013)

martes, 10 de septiembre de 2013

Un encuentro con Encina

Te la encontraste sentada a la sombra 
del tejo de San Cristóbal..

- ENCINA. Mi nombre es Encina...

Lo dijo con el mismo tono con el que se presenta James Bond en el cine. Era muy morena. Tanto que podría pasar por alguna de esas mujeres de origen caboverdiano que viven en la comarca. Sin embargo, la forma de su rostro era familiar, cercano, reconocible...

Tenía una edad indeterminada y a su lado correteaba un niño mulato tirando a braquicéfalo. Te la encontraste sentada a la sombra del tejo de San Cristóbal y se te escapó una gracia.

- No es el árbol más apropiado para una mujer con ese nombre.

No le hizo mucho caso al chiste malo y se puso a contar.

"Salgo poco de casa pero a principios de septiembre suelo dedicar unos días a caminar por el municipio. Por mi casa pasa demasiada gente en esos momentos. Y se ponen muy pesados pidiéndome cosas. Con esa distancia, de año en año se pueden apreciar mejor los cambios. Estar excesivamente pegado a la realidad a veces provoca interferencias en la apreciación".

No fue necesario insistirle para conocer su opinión.

"Llevo mucho tiempo residiendo aquí. He visto épocas terribles y he vivido la euforia de los buenos tiempos. Pero tendría que remontarme en mis recuerdos a una época muy remota para encontrar un momento tan crítico como el que ahora vivimos. Es como si todos los elementos se hubieran confabulado contra nosotros y la fortaleza que habíamos construido y creíamos sólida se hubiera convertido en un castillo de naipes que se ha venido abajo de un soplido".

Bajaste con ella por un camino verde y fresco que atravesaba un prodigioso soto de castaños. El mulato se perdía entre sus ramas y aparecía de repente, como el bandido Fendetestas de aquella película. La mujer seguía hablando, aunque daba la impresión de que no lo hacía para ti sino para ella misma.

"Esta es una buena tierra. Aunque dura y correosa a veces, es generosa cuando se la cuida adecuadamente. Y tenemos un espléndido capital humano, activo y emprendedor. Pero lo estamos dejando marchar. Los mejor formados, los más inquietos, los que son nuestra esperanza, se van. Aquí no pueden ganarse la vida. Y regresarán solo a pasar unos días, siempre a principios de septiembre".

Ya cerca de las primeras calles de Ciudad del Puente quisiste meter baza y empezaste a despotricar de la clase política, que es un recurso muy socorrido cuando no hay otro argumento a mano. Ella quedó en silencio durante un instante.

Supongo que no te falta razón. Yo de esas cosas no entiendo pero, por lo que tengo entendido, a los gobernantes los elige el pueblo. Ellos sabrán lo que hacen. He llegado a mi casa. Cuando quieras, puedes pasar a verme".

Señaló la torre de la Basílica. El niño ya había entrado correteando. Ella desapareció como un suspiro. Se llamaba Encina.

Fronterizos. Diario de León (6 septiembre 2013)

viernes, 6 de septiembre de 2013

Compay


Compay anunció que dejaba la música 
y pocos días después murió




COMPAY anuncia que abandona la música y el verano se oscurece de repente, como con un luto adelantado. 

Compay Segundo deja de cantar a los 96 años y nos sorprende esa re­ti­ra­da en plena juventud como nos sobresaltaría un telegrama al abrir la puerta de casa. 

Creímos en su fórmula de la longevidad (el habano diario, la copa de ron y la dosis de sexo…, todo con moderación) que después confesó en muchas entrevistas, cuando los dio­ses anónimos de la mercadotecnia descubrieron que Cuba era la reserva mundial de la música y se abalanzaron sobre ella como la industria maderera sobre el Amazonas,  pe­ro que nos había pasado con aire de clandestinidad al puñado de fieles que seguimos devotamente su concierto en Ponferrada, puede que ocho años atrás, en un tugurio de acústica asesina y efímera vida comercial abierto en un castillete de cuento del Puente Boe­za.

Fueron dos horas de música, a pie firme, de un cuarteto liderado por un anciano de casi 90 años, más joven que ninguno de los treintañeros que imaginaron aquella noche lo bonita que estaría Pepa con su camisón. 

Luego supimos que en la isla que se estre­me­ce con canciones porque es la única forma de hacer ruido sin acabar en la cárcel había más casos como el de Compay: viejecitos venerables que habían hecho un pacto con Changó y mordían el cuello de las corcheas para alimentarse del soma que les hace vivir eter­namente sobre un piano desvencijado, sobre un requinto manoseado, sobre una ma­ra­ca que percute la ración semanal de pasta de un disciplinado obrero de la Habana Vieja. 

Y ahora Compay nos ha dejado en el abandono y así quedamos: con un mojito en  la mano y, en vez de maldecirle, en nuestros sueños lo colmamos de bendiciones.

Fronterizos. Diario de León. Julio de 2003