Te la encontraste sentada a la sombra
del tejo de San Cristóbal..
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- ENCINA. Mi
nombre es Encina...
Lo dijo con
el mismo tono con el que se presenta James Bond en el cine. Era muy morena.
Tanto que podría pasar por alguna de esas mujeres de origen caboverdiano que
viven en la comarca. Sin embargo, la forma de su rostro era familiar, cercano,
reconocible...
Tenía una
edad indeterminada y a su lado correteaba un niño mulato tirando a
braquicéfalo. Te la encontraste sentada a la sombra del tejo de San Cristóbal y
se te escapó una gracia.
- No es el
árbol más apropiado para una mujer con ese nombre.
No le hizo
mucho caso al chiste malo y se puso a contar.
"Salgo
poco de casa pero a principios de septiembre suelo dedicar unos días a caminar
por el municipio. Por mi casa pasa demasiada gente en esos momentos. Y se ponen
muy pesados pidiéndome cosas. Con esa distancia, de año en año se pueden
apreciar mejor los cambios. Estar excesivamente pegado a la realidad a veces
provoca interferencias en la apreciación".
No fue
necesario insistirle para conocer su opinión.
"Llevo
mucho tiempo residiendo aquí. He visto épocas terribles y he vivido la euforia
de los buenos tiempos. Pero tendría que remontarme en mis recuerdos a una época
muy remota para encontrar un momento tan crítico como el que ahora vivimos. Es
como si todos los elementos se hubieran confabulado contra nosotros y la
fortaleza que habíamos construido y creíamos sólida se hubiera convertido en un
castillo de naipes que se ha venido abajo de un soplido".
Bajaste con
ella por un camino verde y fresco que atravesaba un prodigioso soto de
castaños. El mulato se perdía entre sus ramas y aparecía de repente, como el
bandido Fendetestas de aquella película. La mujer seguía hablando, aunque daba
la impresión de que no lo hacía para ti sino para ella misma.
"Esta
es una buena tierra. Aunque dura y correosa a veces, es generosa cuando se la
cuida adecuadamente. Y tenemos un espléndido capital humano, activo y
emprendedor. Pero lo estamos dejando marchar. Los mejor formados, los más
inquietos, los que son nuestra esperanza, se van. Aquí no pueden ganarse la
vida. Y regresarán solo a pasar unos días, siempre a principios de
septiembre".
Ya cerca de
las primeras calles de Ciudad del Puente quisiste meter baza y empezaste a
despotricar de la clase política, que es un recurso muy socorrido cuando no hay
otro argumento a mano. Ella quedó en silencio durante un instante.
Supongo
que no te falta razón. Yo de esas cosas no entiendo pero, por lo que tengo
entendido, a los gobernantes los elige el pueblo. Ellos sabrán lo que hacen. He
llegado a mi casa. Cuando quieras, puedes pasar a verme".
Señaló la
torre de la Basílica. El niño ya había entrado correteando. Ella desapareció
como un suspiro. Se llamaba Encina.
Fronterizos. Diario de León (6 septiembre 2013)
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