viernes, 15 de noviembre de 2013

Un gozo temprano

Ana y Ángel: Teloncillo Teatro

LA primera vez que fui al teatro era ya un mozalbete con pelillos en la cara. Fue en la sala que se montó a finales de los setenta en la antigua iglesia de San Antonio, por donde la ilusión de Conde Gatón y el apoyo de la autoridad de la época hicieron desfilar un tiempo a algunos grupos de lo que entonces se llamaba “teatro independiente”.

No voy a contar la epifanía que para mi supuso el hallazgo de aquel recurso expresivo, que esconde tanta verdad partiendo de una convención mentirosa. A lo que voy es que a que la primera vez que fui al teatro ya me afeitaba. Y como difícilmente se puede amar lo que se desconoce, para los niños de Ciudad del Puente en aquellos años era complicado apreciar una manifestación artística como la teatral.

Supongo que lo que ocurría en mi pueblo era general en buena parte del país. Con contadas excepciones, las programaciones escénicas estables no existían más allá, con suerte, de puntuales representaciones en temporada festiva.

Hace unos días se celebraron en Valladolid los Encuentros Te Veo, organizados por la asociación del mismo nombre, que agrupa a las empresas productoras de artes escénicas para la infancia y la juventud más importantes del país. Las jornadas habían recalado en la capital después de que los recortes las expulsaran de Zamora, donde han tenido durante años su sede.

Entre los lamentos por el IVA, las reducciones presupuestarias, la evaporación de las ayudas y toda la retahíla de las justas quejas del sector, alguien recordó la situación del teatro hace poco más de tres décadas, cuando no existía ninguna estructura y apenas infraestructuras. Y aunque es cierto que al menos en aquel momento existía la ilusión de que quedaba todo por hacer, los asistentes a las jornadas reconocimos que en los últimos años se han alcanzado niveles inimaginables tres décadas atrás.

En estas jornadas estaban Ana y Ángel, que estoy seguro han tenido mucho que ver con su celebración. Ana y Ángel retomaron hace casi veinte años el proyecto de “Teloncillo”, un nombre clave de la prehistoria del teatro en esta comunidad. Y especializaron al grupo en la producción de espectáculos para niños. Y consiguieron en este tiempo galardones, prestigio, giras por medio mundo y el reconocimiento unánime de toda la profesión.

Y ahora el Ministerio de Cultura les ha concedido el Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud, que además está dotado con unos miles de eurillos que no vendrán mal para aliviar las penurias del momento. Pero, sobre todo, el premio animará a Ana y Ángel a seguir trabajando para que los niños se acerquen al disfrute del teatro desde los primeros meses de vida.

Un gozo temprano al que los niños de otros tiempos llegamos muy tarde.

Fronterizos. Diario de León (15 noviembre 2013)

martes, 12 de noviembre de 2013

Una charla sobre las pérdidas

Sobre un encuentro que pudo haber sido
entre Tonino Guerra y Antonio Pereira 

ESTA es una historia que ha quedado pendiente en la cuenta de las cosas que tendrían que haber sido y no fueron. 

Cuando Tonino Guerra pudo conocer los valles del Bierzo era a principios de la primavera y los montes tardíamente nevados que cierran la comarca por el sur brillaban al sol. 

El hombre que arrojó un vaso de agua de lluvia a la cara de la poesía contemporánea quedó fascinado ante la visión de aquella cordillera eremítica, de aquel paisaje tan masculino, tan diferente al de las colinas redondas como el cuerpo de una estanquera de su Rímini natal, que miran al Adriático y se abonan con ánforas romanas.

Cuando Tonino Guerra pudo andar por el Bierzo aún no había escrito aquel largo poema que luego Fellini transformó en imágenes y Nino Rota en partitura eterna. Con un vino de las cepas centenarias de Corullón en la mano contó su historia y recordó cómo componía endecasílabos en lengua romañola sin lápiz ni papel, conservándolos en la memoria para recitárselos a sus compañeros prisioneros en un campo de concentración alemán. El día que lo liberaron -dijo, mientras se descubría ante un cerezo en flor- fue el más feliz de su vida: me quedé mirando una mariposa sin ganas de comérmela.

En aquellos días bercianos, Tonino Guerra pudo llegar a conocer a Antonio Pereira, que lo invitó a comer en Villafranca, entrando en conversación sobre sus respectivas tribus. Pereira le contó el caso de aquel vecino celoso que, después de una seria discusión con su mujer, se arrojó por la ventana, dispuesto a morir con honor, sin percatarse de que vivía en una planta baja. El paisano sólo se dislocó un tobillo pero al día siguiente contaba en la Alameda a quien quisiera oírle, con ese tono hiperbólico tan propio de los pueblos en los que ha nacido un poeta, que se había suicidado por amor. Tonino metió la historia en el guión de Amarcord pero la secuencia, lástima, se descartó en el montaje.

Pereira y Tonino hablaron entonces de pérdidas. De los campesinos que se resistían a abandonar  la tierra, de las higueras que crecen en los muros de las iglesias derrumbadas, de las aceñas en las que ya sólo se muelen palabras en desuso y de gallinas que escriben con las patas poemas taoístas en el barro de los caminos. 

Villafranca aún no se llamaba Ciudad de los Poetas y Santarcángelo di Romagna tampoco era todavía Santarcángelo dei Poeti, el pueblo al que Tonino volvió hace veinte años, harto de la ciudad, con todas aquellas uñas delante de la boca. El lugar en el que vino a morir, como último giro del espléndido guionista que era, en el Día Mundial de la Poesía. La muerte no es aburrida, viene sólo una vez, le había dicho a Pereira en aquella charla sobre las pérdidas que pudiera haber sido.

Fronterizos. Diario de León
Publicado el 23-marzo-2012, dos días después del fallecimiento 
del poeta italiano Tonino Guerra, guionista de Amarcord

viernes, 8 de noviembre de 2013

Concertinas en el Edén

Los dos objetos se llaman "concertina"...



TAN podridos estamos que hasta las palabras nos engañan. ¿Cómo se puede denominar con un nombre tan bello como "concertina" a ese instrumento diabólico diseñado para mutilar a los desesperados que han atravesado el infierno para intentar entrar en el Paraíso que les han dicho que está en este lado del mundo?

¿Cómo podemos dormir tranquilos al otro lado de la verja cuando las cuchillas afiladas a las que llamamos con sonido musical “concertina” cercenan y amputan la carne del que ya no tiene nada que perder salvo la vida?

¿Cómo podemos chapotear en esa carnicería de la frontera de Melilla? ¿Cómo mirarnos al espejo cada mañana sin recordar la piel troceada de los inmigrantes? ¿Cómo abrir el diario y mojar un churro en el café ante los muertos de sed en el desierto de Níger? ¿Cómo escuchar sin vomitar las notas de una concertina sin relacionarla con su homónima asesina?

La palabra, deducimos, no siempre se corresponde con el contenido. ¿Y las imágenes? ¿Son tan embusteras como las palabras?

Hemos visto estos días El Bierzo en un capítulo televisivo de “Un país para comérselo”. Hemos visto imágenes bellísimas de viñedos, y castaños, y bosques, y huertas. Hemos visto un impecable despliegue de recursos audiovisuales y un trabajo profesional que aprovechó al máximo la luz del otoño berciano, esa luz que estremece y pasma como una epifanía pagana que aparece después de la vendimia.

Hemos visto una cara conocida cumpliendo a la perfección el papel que el guión le ha escrito. Hemos asistido a una hiperbólica sucesión de exclamaciones admirativas, a una siembra un tanto desatada de adjetivos, a una exhibición de gastronomía simple y proteica.

El Jardín del Edén. Un país encantando, pródigo, ubérrimo. Una tierra generosa, variada y abundante. La televisión, cumpliendo su mandato promocional, ha presentado el anverso de una comarca, reconocido y recogido hasta el aburrimiento en las crónicas desde hace siglos.

El reverso no ha salido en la tele. No tocaba que aparecieran en pantalla las dificultades para encauzar de forma apropiada ese sector primario hasta colocarlo en la posición de alternativa económica que esta tierra pide a gritos.

No salieron las cifras del desempleo, escalofriantes, tozudas, empeñadas en no dar un respiro. No salieron los ERE, las quiebras, los empleados obligados a trabajar el doble por la mitad.

No vimos la desolación de las calles un jueves al anochecer ni a los que rebuscan en el contenedor de basura y rebuscan en vano, porque hasta la basura se ha reducido en estos tiempos crueles en los que protegemos nuestra miseria con vallas electrificadas coronadas por "concertinas". Un instrumento de tortura con nombre engañosamente bello.

Fronterizos. Diario de León (8, noviembre, 2013)

sábado, 2 de noviembre de 2013

El muerto sigue grave

Ahí sigue, agonizando, en muy grave estado, 
el muerto del carbón (foto: periodistadigital.com)



JULIO Llamazares lo contó espléndidamente hace más de veinte años en un artículo en El País que encabezó con un titular, de extrema precisión en su aparente contradicción, que el novelista de Vegamián afirma recordar como errata chusca de la prensa provincial: “Sigue grave el minero muerto ayer”. Un titular solo superado por otro más reciente de un diario mexicano que resume el resultado de un accidente de tráfico con el contundente: “Pierde la vida y muere”.

El texto de Llamazares, publicado a finales de 1991, parece escrito ayer mismo. “Con los mineros atrincherados en su desesperación y con los empresarios batiéndose en desbandada o sacándole el último jugo a las minas vendiendo como propio carbón fraudulentamente importado del extranjero, los políticos siguen cruzados de brazos y se limitan a decir, como aquel periodista de la errata, que continúa muy grave un mundo que todos saben que ya está muerto”, dice el último párrafo.

Han pasado más de dos décadas desde la publicación del artículo de Llamazares. Más de veinte años han pasado y con ellos al menos tres presidentes de gobierno, no sé cuántos ministros, cuántos consejeros, cuántos directores generales, subdirectores y jefes de negociado.

He perdido la cuenta de los líderes sindicales que han representado a las cada día más menguadas plantillas en estos años, de los planes de reconversión, directrices europeas y empresarios de la cosa que han ocupado hectáreas en los papeles. 

No sé cuántos alcaldes, progresistas de derechas o conservadores de izquierdas, cuántos presidentes de la corporación provincial, cargos de mancomunidades, cajas, consejos y otros momios públicos han calentado sus respectivos sillones.

No me acuerdo de cuántas manifestaciones ni de cuántos manifiestos. No soy capaz de aclararme ante tantas declaraciones solemnes y reclamaciones urgentes, marchas negras, blancas o coloradas, encierros en el vientre negro de la tierra.

No soy capaz de sumar cuántas viudas, cuántos huérfanos, cuántos santabárbarabendita entonados con dientes apretados y gargantas rabiosas, cuántos responsos, cuántas visitas a heridos, cuántas fotos de compromiso compungido, cuánto bochorno ante las manifestaciones idiotas de cualquier ministro.

No soy capaz de contar los jubilados de cuarenta años, las mentiras o las verdades a medias, las consignas ni las promesas incumplidas. No sé siquiera cuántos muertos antes de estos últimos del Pozo Emilio del Valle, en Pola de Gordón.

En todo este tiempo, solo he visto una provincia que se ha ido desinflando, perdiendo peso económico, población, esperanza y hasta capacidad de movilización. Solo he visto que ahí sigue, agonizando, en muy grave estado, el muerto del carbón.

Fronterizos. Diario de León (1 de noviembre de 2013)