sábado, 3 de marzo de 2018

Los tiempos del cabo Piris

--> La historia del cabo Piris dio la vuelta al mundo. Fue a principios de 1975, unos pocos meses antes de que Franco muriera en la cama y la historia se pusiera a andar para otro lado. Este agente de la policía local de Cáceres observó que un grupo de adolescentes se arremolinaba ante el escaparate de una librería, hechizados por la imagen de una mujer desnuda que allí se exhibía.
Con una diligencia y una entrega fuera de toda duda, el cabo Piris ordenó inmediatamente a la propietaria del establecimiento que retirara aquella lámina tan perniciosa para la moral de la población y tan conturbadora para la mocedad. De poco le sirvió a la librera argumentar que era la reproducción de un famoso cuadro de Francisco de Goya, insigne y preclaro hijo de la patria. Y sordo, para más señas.
El celo en el cumplimiento del deber del cabo fue recompensando con una felicitación pública del plenario municipal. En sus quince minutos de gloria, Piris declaró que él prefería a Sofía Loren antes que la maja desnuda del aragonés. Javier Krahe todavía no había compuesto "Villatripas", pero la letra ya estaba ahí.
La historia del cabo Piris ejemplificaba aquel momento de un país pacato, carpetovetónico, reprimido y gris. Un país que Luis Carandell tuvo la paciencia de documentar en su imprescindible y divertido “Celtiberia show”.
En muy pocos años, el país cambió mucho. Al menos eso nos parecía mirando la superficie social. Y los cineastas, los escritores, los músicos, los dramaturgos, los artistas plásticos, los humoristas (ay, Forges, cuánto te estamos echando ya de menos), contribuyeron de forma sustancial a pasar la fregona a aquel machadiano país de “cerrado y sacristía”. La libertad de expresión que consagró la Constitución y que tiene sus límites no sólo en la ley sino en la tolerancia y en la paciente relatividad ante la opinión ajena, costó muertos, bombas y amenazas, pero creo recordar que hubo un tiempo, no tan lejano, en el que logramos un razonable clima de convivencia en esta materia.
En los últimos años ha aparecido una nueva especie: la del ciudadano que se levanta dispuesto a ser ofendido y a reclamar a las más altas instancias, como uno de esos altivos personajes del teatro áureo, por su honor mancillado. Armado de un detector de afrentas, sale a la calle todos los días presto a localizar el oprobio.
Son cada vez más. Están en todas partes. Han encontrado colaboradores imprescindibles en los legisladores y en el poder judicial. Descuelgan cuadros de una exposición; secuestran libros que hablan de la corrupción endémica de un territorio enriquecido por el narcotráfico; analizan letras de raperos y confunden escarnio con mala calidad y pobreza de estilo; rastrean tweet y embarullan el mal gusto y el chiste malo con el insulto. Son poderosos, están calando en el mortecino tejido social. Denuncian a un periodista como Valentín Carrera para amedrentar líneas críticas, tan necesarias frente a la planicie del pensamiento.
Mi primera colaboración en este semanario fue un obituario por la desaparición de Bierzo 7, el último medio escrito que había resistido la tempestad digital en la Comarca Circular. Lamento tener que despedirme de EL DÍA DE LEÓN con el temor de un regreso a los lóbregos tiempos del cabo Piris.

Como las vacas al tren. El Día de León (3, marzo, 2018)