martes, 11 de marzo de 2014

Un cuento con final feliz

Las condiciones de trabajo del joven de la historia
parecen la aplicación práctica de la reforma laboral

ESTA es una historia tradicional cuya versión oral adaptó Cándido Pazó, un espléndido cuentacuentos que, junto con Quico Cadaval, ha recuperado en Galicia la práctica ancestral de los narradores de historias, un tercio juglares, un tercio charlatanes de feria y otro tercio relatores de sucedidos en torno al fuego de aldea. Una tradición felizmente alejada en su estructura de los mecanismos repetitivos del monólogo cómico que arrasa en los escenarios del país.

Cándido escenifica la historia de aquel joven que sueña con encontrar un empleo en el que se trabaje poco y se cobre mucho. Empieza su vida laboral en un comercio y el tendero le paga su primer día con una moneda que el joven, con la alegría del momento, acaba perdiendo. Su madre le recomienda entonces que en el futuro guarde en el bolsillo el pago por su labor.

Trabaja luego con un lechero que le abona el salario en especies y le entrega una botella de leche. El joven, obediente, guarda el pago en el bolsillo pero llega a casa con la leche derramada. La madre le aconseja entonces que traslade sobre la cabeza la retribución que le corresponda. El siguiente empleo es con un ganadero que le da un queso al final de la jornada. Con el calor, el queso acaba derretido en la cabeza del joven y la madre le sugiere entonces que lleve la paga en la mano...

En esos accidentados sucesos laborales sigue el protagonista de la historia con la extensión y desventuras que la imaginación del narrador quiera añadir, siempre el joven obediente a las instrucciones de la madre sobre la forma de guardar el jornal y siempre, como consecuencia de ese acatamiento, con el joven escaldado al final del día. 

La última recomendación de la madre es que cargue el estipendio al hombro. Y eso hace el respetuoso muchacho tras recibir un burro como pago a su esfuerzo trabajando para un agricultor. Y ahí llega el final de la historia.

En aquel país vivía una melancólica princesa, enferma de tristeza. El rey, muy preocupado, había decretado que aquel que consiguiera hacer reír a su hija se casaría con ella. Asomada a su balcón, la princesa ve pasar al joven cargando con el burro al hombro y la chocante imagen le provoca una enorme carcajada. Un gesto que le vale al mozo un matrimonio y el cumplimiento de su sueño: al fin ha conseguido un empleo en el que se trabaja poco y se cobra mucho.

Yo no sabría decirles por qué traigo hoy a este rincón este cuento con final feliz. 

Tal vez porque en los cuentos con final feliz aparecen siempre subrayadas las ventajas de ser yerno de un rey. 

O quizá porque las condiciones de trabajo del joven de la historia parecen la aplicación práctica de la reforma laboral que, con huelga o sin ella, nos tragaremos a partir de ahora.

Fronterizos. Diario de León (30-marzo-2012)