Las condiciones de trabajo del joven de la historia parecen la aplicación práctica de la reforma laboral |
ESTA es una historia
tradicional cuya versión oral adaptó Cándido Pazó, un espléndido cuentacuentos
que, junto con Quico Cadaval, ha recuperado en Galicia la práctica ancestral de
los narradores de historias, un tercio juglares, un tercio charlatanes de feria
y otro tercio relatores de sucedidos en torno al fuego de aldea. Una tradición
felizmente alejada en su estructura de los mecanismos repetitivos del monólogo
cómico que arrasa en los escenarios del país.
Cándido escenifica
la historia de aquel joven que sueña con encontrar un empleo en el que se
trabaje poco y se cobre mucho. Empieza su vida laboral en un comercio y el
tendero le paga su primer día con una moneda que el joven, con la alegría del
momento, acaba perdiendo. Su madre le recomienda entonces que en el futuro
guarde en el bolsillo el pago por su labor.
Trabaja luego con
un lechero que le abona el salario en especies y le entrega una botella de
leche. El joven, obediente, guarda el pago en el bolsillo pero llega a casa con
la leche derramada. La madre le aconseja entonces que traslade sobre la cabeza
la retribución que le corresponda. El siguiente empleo es con un ganadero que
le da un queso al final de la jornada. Con el calor, el queso acaba derretido
en la cabeza del joven y la madre le sugiere entonces que lleve la paga en la
mano...
En esos
accidentados sucesos laborales sigue el protagonista de la historia con la
extensión y desventuras que la imaginación del narrador quiera añadir, siempre
el joven obediente a las instrucciones de la madre sobre la forma de guardar el
jornal y siempre, como consecuencia de ese acatamiento, con el joven escaldado
al final del día.
La última recomendación de la madre es que cargue el estipendio al
hombro. Y eso hace el respetuoso muchacho tras recibir un burro como pago a su
esfuerzo trabajando para un agricultor. Y ahí llega el final de la historia.
En aquel país
vivía una melancólica princesa, enferma de tristeza. El rey, muy preocupado,
había decretado que aquel que consiguiera hacer reír a su hija se casaría con
ella. Asomada a su balcón, la princesa ve pasar al joven cargando con el burro
al hombro y la chocante imagen le provoca una enorme carcajada. Un gesto que le
vale al mozo un matrimonio y el cumplimiento de su sueño: al fin ha conseguido un
empleo en el que se trabaja poco y se cobra mucho.
Yo
no sabría decirles por qué traigo hoy a este rincón este cuento con final feliz.
Tal vez porque en los cuentos con final feliz aparecen siempre subrayadas las
ventajas de ser yerno de un rey.
O quizá porque las condiciones de trabajo del
joven de la historia parecen la aplicación práctica de la reforma laboral que,
con huelga o sin ella, nos tragaremos a partir de ahora.
Fronterizos. Diario de León (30-marzo-2012)
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