domingo, 29 de noviembre de 2009

Edificios

Juan José Otegui en Defensa de dama
de Isabel Carmona y Joaquín Hinojosa 
(Teatro La Abadía, 2002)
ALGUNAS de las mejores funciones teatrales que he visto en los últimos meses se exhiben en espacios minúsculos originariamente creados para otros usos: la antigua cafetería del madrileño Teatro Español, un taller mecánico, una casona barroca...

En nuestra comunidad, dos de las programaciones escénicas más atractivas por su rigor y heterodoxia se presentan en el vestíbulo de una Facultad, caso del Albéitar leonés, y en el gimnasio de un instituto, como es la Sala Ambigú de Valladolid.
A punto despedirse de los escenarios después de medio siglo de profesión, contaba estos días Juan José Otegui que su primera experiencia teatral se produjo cuando el director del TEU de Oviedo lo invitó a una lectura después de oírle su voz en una entrevista radiofónica. «Para mi el teatro entonces era un edificio», confiesa el actor.

Esta licencia retórica mediante la cual se expresa la parte -”el edificio donde se produce el hecho teatral-” por el todo -”la acción teatral en sí misma-” tiene en el reciente modelo de organización teatral de nuestro país una intensa y no siempre brillante implantación.

En nuestra provincia están actualmente desarrollándose tres importantes proyectos arquitectónicos relacionados con el teatro. En la capital, el Emperador espera su rehabilitación ministerial sujeto a un todavía difuso Centro de Músicas Históricas. En La Bañeza, Andrés Lozano va recuperando lentamente el brillo del Pérez Alonso y hay un alcalde que ya está diseñando el acto inaugural, aunque ignoramos si tiene previsto qué hacer con el espacio al día siguiente de cortar la cinta. Y en Toreno va adquiriendo forma un Centro de Artes Escénicas inteligentemente diseñado por Gerardo Arias bajo la batuta personal de ese terremoto político llamado Pedro Muñoz.

Son tres edificios de gran interés que sólo responderán al nombre de «teatro» cuando sepamos despejar la sinécdoque que aclare sus contenidos.


FronterizosDiario de León (22/11/09)

Argentinos

La actriz argentina Norma Aleandro


TENGO un amigo que mantiene como principio irrevocable no hacer nunca negocios con un argentino. Y para que nadie vea intenciones ocultas en su decisión remata la argumentación explicando que su padre nació en la patria del tango.

Hace unos días estuvo en Buenos Aires e hizo allí lo que casi nunca hace en España: ir al teatro. Me contaba fascinado la experiencia de ver sobre las tablas a la gran Norma Aleandro en «Agosto», un gran éxito de la cartelera porteña. Tres horas sentado en una butaca que se pasan en un suspiro, el mejor elogio que se puede hacer de una función teatral. Mi amigo seguramente nunca hará negocios con un argentino, pero reconoce su magisterio en el ámbito de la interpretación.

Estos días, el Festival de Otoño ha convertido Madrid en una extensión de la calle Corrientes y de la calidad del teatro bonaerense, rindiéndose ante propuestas basadas en unos actores que brillan con luz propia, unos textos siempre cargados con pura dinamita dramática y una producción propia de un sistema autogestionado, carente de ayudas públicas. Un sistema que transforma cualquier garage, cualquier galpón, cualquier salón privado, en una sala donde sucede el milagro.

Claudio Tolcachir montó en su casa «Timbre 4», escuela y teatro donde han nacido funciones tan asombrosas como «La omisión de la familia Coleman» o «Tercer Cuerpo»; Daniel Veronese, director de la obra que fascinó a mi amigo en Buenos Aires, ha usado la misma diminuta escenografía de «Mujeres soñaron caballos» para varios de sus montajes y los actores de Enrique Federman en «Perras» o «No me dejes así» componen sus apasionantes historias sin un solo elemento decorativo.
Todo el sector se ha rendido ante la contundencia alejada de artificio de las propuestas escénicas argentinas mientras en el aire ha quedado sin respuesta el subtexto del caso: ¿hasta qué punto el sistema de ayudas español estrangula al modelo creativo?.

FronterizosDiario de León (15/11/09)

Vender mentiras

Gonzalo Centeno al pie del teatro de Baracaldo
DUDO que el contenido de estas líneas interese a más de media docena de ciudadanos de esta provincia, vaya la advertencia por delante. Por ello, es posible que lo más correcto sería no escribirlas, pero mientras esta empresa que me acoge y el cuerpo me aguanten, mantendré la norma de acercarme a lo importante, apartando el cáliz de las múltiples urgencias cotidianas, que ya tienen en los medios corifeos de sobra.

El caso es que estos días el alcalde de Baracaldo ha despedido -apoyándose por cierto únicamente en el voto de ese pelotón de mamporreros iluminados llamado ANV-, a Gonzalo Centeno, responsable desde hace dos décadas del teatro de ese municipio vizcaíno y uno de los profesionales mejor considerados en un sector más proclive al navajeo traidor que a la sinceridad de los elogios.

Y como consecuencia de esa decisión, que no sé si es legal, pero que es manifiestamente injusta, vuelvo a escribir la misma columna que ya hice en 2004, cuando cesaron a Toñi Arranz en el Juan Bavo de Segovia; la misma que dediqué hace un par de años a Susana Herrera cuando la apartaron de la Red de Teatros de Castilla y León, la que nunca ofrecí a Rubén Sánchez, que dejó las miserias locales para dirigir en Madrid el Festival Escena Contemporánea, la que nunca he escrito pensando en excelentes trabajadores anónimos de esta misma provincia que torean todos los días en el ruedo de compaginar la rigidez administrativa y la displicencia política con la magia de un telón abierto sobre un escenario habitado por fantasmas.

Bertolt Brech, ególatra desmesurado pero espléndido poeta, ya nos enseñó que hay quienes para ganarse el pan, cada mañana van al mercado donde se compran mentiras y llenos de esperanza se ponen a la cola de los vendedores. Los vendedores de mentiras han conseguido otro éxito retirando a Gonzalo de la gestión pública y uno vuelve a sentirse como aquel título de novela negra: triste, solitario y final.

FronterizosDiario de León, 29/11/2009