domingo, 29 de octubre de 2017

Los que dicen no



Están por un lado lo que dicen sí. Aplauden bovinamente al líder. Se dejan el dedo en el teclado poniendo “megustas” y retuiteando ocurrentes consignas. Merodean en torno a cualquier núcleo de poder presente o pendiente, calculando la ocasión propicia para sentarse a la mesa.
Luego está la gran masa flemática a la que se le aplica la norma que usaba frecuentemente con su gracia golferas Juan Luis Galiardo: “al amigo, el culo; al enemigo por culo y al indiferente la legislación vigente”.
Y quedan después unos pocos que dicen no. No los profesionales del no. No los del “de qué se trata, que me opongo”, que abundan y estorban más que ayudan. Es otro tipo de no.
Recordaba semanas atrás mi admirado Eduardo Aguirre una inquietante secuencia de “Cabaret” en la que se ejemplifica a estos seres de los que hablo, con el talento del maestro Fosse, en un par de minutos de celuloide. 
En ella, el libertino aristócrata que acepta como mal menor la violencia nazi contra los comunistas en el Berlín de los años treinta, disfruta de la plácida campiña alemana con el estudiante británico que, junto a la alocada bailarina que interpreta Liza Minelli, protagonizan la película.
Un seráfico adolescente entona con la voz limpia de la juventud una bellísima canción que habla de ciervos que corren libres, de soles cayendo sobre la pradera y de hijos que esperan la llamada de la patria. “El mañana me pertenece”, repite el vibrante estribillo. 
El joven viste el uniforme pardo decorado con la esvástica. Todos los clientes de la taberna acaban cantando a coro, de pie, con entusiasmo creciente, salvo un anciano que permanece sentado, mohíno y cabizbajo. Lo que empezó como melodioso canto acaba como terrible amenaza. “¿Sigues creyendo que les pararéis los pies?” pregunta el estudiante al noble alemán. 
El anciano es de los que dicen no. Hay que tener mucho valor para contradecir a la masa enfebrecida.
Otro ejemplo, del mismo momento histórico, es el de August Landmesser. Su foto ha circulado mucho por la red. Es el único que se cruza de brazos en medio de una multitud de obreros alemanes haciendo el saludo nazi en una escena captada en los astilleros de Hamburgo. 
Había que tener mucho valor para no levantar el brazo en la Alemania de 1936. El mismo que para afiliarse a un sindicato de clase en la España de los sesenta, mantener relaciones homosexuales en la Cuba castrista o ponerse delante de una columna de tanques durante las protestas de la Plaza de Tiananmén.
En el lamentable clima de derrumbe político en el que nos movemos abundan los que han hecho de decir sí su carrera. Son mayoría en los lugares donde se toman las grandes decisiones. Han aprovechando con éxito el hueco que van dejando las personas válidas, razonables, honradas y competentes, que han huido de la actividad política, asqueados por la sumisión, la mediocridad y la mezquindad que rodea su práctica.
Por eso estamos en este cruce de caminos hacia ninguna parte. Por la incapacidad de izquierda y derecha de articular discursos, de captar a los mejores, de organizar estrategias de comunidad. Por el ensimismamiento de los que llevan toda la vida diciendo sí y la voluntaria marginación de los capaces. Por no buscar a los que dicen no.
Miren a su alrededor. Localicen a esa gente que dice no. Nos hacen falta.


Como las vacas al tren. El Día de León (28, octubre, 2017)

viernes, 20 de octubre de 2017

Premios Diálogo 2017. Fundación Jesús Pereda

Buenas noches.
Vengo del Noroeste. Un territorio geográfico, literario y mental.
Vengo de León. Una provincia levítica –antaño próspera; hoy agotada, envejecida y marchita– que cuenta peregrinos y comercia con griales de plástico y disfraces medievales para ir tirando.
Vengo del Bierzo. Una comarca física, económica y socialmente calcinada. Literalmente incinerada.
Vengo de Ponferrada. Un lugar que fue propicio para lo inaudito y hoy mendiga un puesto en la mesa vacía del porvenir.
Vengo del Noroeste. Soy un habitante de los suburbios del Estado.
Estoy en Valladolid: la capital de una comunidad autónoma periférica, bradicardiaca y afónica.
Trabajo en un teatro municipal. En un espacio en el que con recursos económicos y humanos muy limitados ofrecemos una programación escénica de calidad y estable que se ha mantenido en estos últimos años de crisis con resultados más que dignos.
Trabajo en un teatro público. Y el concepto "público" ha formado parte de nuestro ideario desde su apertura, hace 21 años. Reclamar esa idea del servicio público incluye estar convencido de que no se pueden concebir los derechos de ciudadanía en el siglo XXI sin contar entre ellos el del acceso a la cultura. 
"Es triste vivir en una época en la que hay que luchar por las cosas evidentes", nos dijo Friedrich Dürrenmatt.
Trabajo en un teatro público que en estas dos décadas ha tenido muy presente el mandato de Federico García Lorca de "enseñar las cosas que no queremos ver, gritando las verdades que no queremos oír".
Trabajo en un teatro público en el que intentamos poner orden en el caos, siempre conscientes de que nuestra misión es imposible pero recordando el consejo de Juan Mayorga: "el teatro no puede cambiar el mundo pero los que lo hacemos debemos trabajar como si lo creyéramos"
Desde mi lugar en un teatro público he contemplado con desasosiego el panorama de externalizaciones sin control o de privatizaciones en condiciones discutibles de muchos servicios y espacios culturales de mi comunidad.
He visto cómo nos hemos ido adaptando a la precarización como norma, a la vez que hemos ido perdiendo músculo profesional artístico y técnico.
He advertido cómo la fragilidad se ha instalado en la médula espinal del sector escénico, cómo se han evaporado muchos principios que creíamos sólidos, cómo los discursos de la conformidad han ocupados los boletines oficiales.
He comprobado como los débiles diques de contención contra la injerencia política más patosa se han roto y hoy ocupan puestos de responsabilidad gentes que ignoran cual es la muy digna e imprescindible misión de la política. También de la política cultural.
"Qué tiempos serán los que vivimos que hay que defender lo obvio" nos dijo Bertolt Brecht.

Quiero expresar mi enorme y sincero agradecimiento al Ateneo Cultural Jesús Pereda y al jurado de estos Premios Diálogo 2017.
Quiero dar infinitas gracias por poder compartir el premio con gente y grupos a los que admiro y aprecio: Eliseo Parra, la Asociación Literaria Café Compás y la Asociación Cultural Civitas Animación Teatral.
Quiero que me permitáis compartir este premio en primer lugar con todo el extraordinario equipo humano del Teatro Bergidum y con los cerca de 800.000 espectadores que han aceptado en este tiempo en Ponferrada participar en el milagro del hecho escénico.
También con mis compañeros del área municipal de cultura Maica de Prado y Javier García Bueso, porque las fatigas compartidas con ellos son menos fatigosas.
Lo comparto con todos mis colegas de este oficio hermoso, sufrido y complejo que, por todos los rincones de esta comunidad y de este país, llevan a cabo de forma silenciosa, profesional y sacrificada una enorme labor tras el telón.
Y, por último, muy especialmente, lo comparto con los programadores del grupo de giras de Castilla y León que hemos sido capaces de generar complicidades y hemos intentando remendar las redes apolilladas por el desinterés y la rutina: Senador, de León; Celia, de Benavente; Pilar, de Palencia; Julia, de Aranda; Fernando, de Miranda; Piti, de Soria; Marco, de Segovia; Eduardo, de Medina y Juan, de Laguna.
Nos vemos en los teatros. Muchas gracias

Fundación Jesús Pereda. Recepción de los Premios Diálogo 2017 a la Promoción de la Cultura Local. Valladolid, 19 octubre 2017

domingo, 15 de octubre de 2017

Marcando el camino

Imagino que sólo la agitación política que estos días ha sacudido el país por la crisis catalana ha impedido una mayor repercusión del Encuentro Internacional de Ocultura que se desarrolla en la capital de esa provincia tan interior que cualquier día desaparece de los mapas. 
El caso es que mientras los ciudadanos siguen con estupefacción el esperpéntico sainete catalán y contribuyen a la reactivación de la industria china de la confección de banderas, por aquí se celebran unas jornadas que marcarán el camino en el desarrollo de una provinca antaño próspera, hoy agotada, envejecida y marchita.
Durante tres días y con un innegable éxito de audiencia, el Auditorio de León ha sido escenario de conferencias sobre conjuras, conspiraciones, maquinaciones y conciliábulos de lo más secreto ofrecidas por un surtido ramillete de prestigiosos investigadores de naderías, todo muy científico y muy documentado.
Masones, rosacruces, illuminati, templarios, teósofos, nazis cabalistas, profetas judíos, dioses extraterrestres que dibujan signos en los altiplanos del Perú, constructores de pirámides y catedrales, lectores del tarot, alquimistas, herreros y jugadores de la oca… 
Supongo incluso que algún miembro del club Bilderberg, un descendiente que tuvo Jesucristo de su relación con María Magdalena, algún investigador del grimorio de San Cipriano, un neoplatónico exiliado en Ibiza y un hassassin que ahora vive en Vallecas habrán prestado testimonio en estas trascendentes jornadas.
Hay que animar a los organizadores. No podemos detener este despliegue erudito. La provincia necesita reactivación y aquí hemos encontrado un filón. Repasemos el “Gárgoris y Habidis” de Dragó. 
Busquemos a la vaca sagrada que fundó Villafranca del Bierzo: con los chuletones de esa especie criaremos una nueva raza. 
Recuperemos el cuerno del alicor que cuidó San Genadio en el Valle del Silencio: si vienen de todas partes a ver osos, de dónde no vendrán a observar manadas de unicornios. 
A qué espera el Instituto Leonés de Cultura para montar un plan de búsqueda de tesoros moros enterrados en cuevas que comunican castillos construídos por gigantes.
El Grial ya lo tenemos pero nada se ha hecho para descubrir los sótanos secretos de la fortaleza templaria de Ponferrada donde se esconde desde hace siglos el Arca de la Alianza. Introduzcamos en la Universidad una cátedra dedicada al priscilianismo. Abramos ya la ruta de la Monga Egeria, que hará palidecer al Camino Francés…
Cuando se deja de creer en Dios, decía Chesterton, enseguida se cree en cualquier cosa. Alguien contestó a la cita del escritor británico: el tonto no deja de serlo, crea o no.

Como las vacas al tren. El Día de León (14, octubre, 2017)