Compay anunció que dejaba la música
y pocos días después murió
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COMPAY anuncia que abandona la música y el verano se
oscurece de repente, como con un luto adelantado.
Compay Segundo deja de cantar a
los 96 años y nos sorprende esa retirada en plena juventud como nos
sobresaltaría un telegrama al abrir la puerta de casa.
Creímos en su fórmula de la longevidad (el habano diario, la copa de ron y la dosis de sexo…, todo con moderación) que después confesó en muchas entrevistas, cuando los dioses anónimos de la mercadotecnia descubrieron que Cuba era la reserva mundial de la música y se abalanzaron sobre ella como la industria maderera sobre el Amazonas, pero que nos había pasado con aire de clandestinidad al puñado de fieles que seguimos devotamente su concierto en Ponferrada, puede que ocho años atrás, en un tugurio de acústica asesina y efímera vida comercial abierto en un castillete de cuento del Puente Boeza.
Creímos en su fórmula de la longevidad (el habano diario, la copa de ron y la dosis de sexo…, todo con moderación) que después confesó en muchas entrevistas, cuando los dioses anónimos de la mercadotecnia descubrieron que Cuba era la reserva mundial de la música y se abalanzaron sobre ella como la industria maderera sobre el Amazonas, pero que nos había pasado con aire de clandestinidad al puñado de fieles que seguimos devotamente su concierto en Ponferrada, puede que ocho años atrás, en un tugurio de acústica asesina y efímera vida comercial abierto en un castillete de cuento del Puente Boeza.
Fueron dos horas de música, a pie firme, de
un cuarteto liderado por un anciano de casi 90 años, más joven que ninguno de
los treintañeros que imaginaron aquella noche lo bonita que estaría Pepa con su
camisón.
Luego supimos que en la isla que se estremece con canciones porque
es la única forma de hacer ruido sin acabar en la cárcel había más casos como
el de Compay: viejecitos venerables que habían hecho un pacto con Changó y mordían
el cuello de las corcheas para alimentarse del soma que les hace vivir eternamente
sobre un piano desvencijado, sobre un requinto manoseado, sobre una maraca
que percute la ración semanal de pasta de un disciplinado obrero de la Habana
Vieja.
Y ahora Compay nos ha dejado en el abandono y así quedamos: con un
mojito en la mano y, en vez de
maldecirle, en nuestros sueños lo colmamos de bendiciones.
Fronterizos. Diario de León. Julio de 2003
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