Johannes Stoeffler, un erudito alemán del Renacimiento,predijo que un diluvio universal cubriría el mundo el 24 de febrero de 1524 |
ABUSANDO de la confianza, había
decidido colarme en la columna del presidente de la República de Almendros, el
maestro Suárez Roca. Me acerqué entonces a la Bahía del Pajariel, dispuesto a
dar de comer a las gaviotas mientras veía salir los barcos hacia tierras donde
todavía queda esperanza. Acababa de leer aquella respuesta que Eça de Queiroz le dio a una dama
inglesa que le preguntó si era español. “Peor: portugués”, le contestó el
novelista de Póvoa de Varzim, que es población similar
a Ciudad del Puente, pero donde no hace falta imaginarse el mar.
El Optimista se me había
adelantado. Se protegía de la lluvia con un periódico que aún no había salido,
esperando las últimas noticias sobre el fin del mundo. Y me contó la historia
de Johannes Stoeffler, un religioso alemán del Renacimiento
que destacó por su erudición en el ámbito científico. Llegó a ocupar la cátedra
de astronomía y matemáticas en la Universidad de Tubinga, de la que fue rector
en 1522, e incluso se convirtió en asesor de la realeza.
“Por eso –me contaba el Optimista–, el hombre había
conseguido un notable prestigio de sabio y cuando predijo que un diluvio
universal cubriría el mundo el 24 de febrero de 1524, la gente le prestó
atención. A medida que la fecha de la catastrófica profecía se acercaba, el
pánico se fue apoderando de la población. Las propiedades más cercanas a los
cursos de agua se malvendieron ante su probable pérdida”.
“No queriendo ser menos que sus colegas del continente, astrólogos
ingleses confirmaron la inminencia del terrible diluvio, aunque adelantaron su
llegada al 1 de febrero y lo situaron en la capital británica. Pese a que en la
fecha indicada apenas cayeron cuatro gotas sobre Londres, los seguidores del
sabio alemán no cesaron en sus previsiones”.
”Un tal von Iggleheim construyó un enorme arca en la que en
el amanecer del 24 de febrero empezaron a embarcar amigos y familiares bajo la mirada
entre inquieta y burlona de una multitud curiosa. De pronto, empezó a llover.
No era una lluvia especialmente intensa pero sí lo suficiente como para generar
el pánico entre la masa, que abordó la nave de Iggleheim, arrollando a su propietario y causándole la muerte. Finalmente,
1524 fue uno de los años más secos de la historia alemana. Stoeffler revisó sus
cálculos y concluyó que al diluvio sería cuatro años más tarde”.
La lluvia había
cesado. Un tibio rayo de sol iluminó la cara del Optimista, de repente
ensimismado y silencioso. “¿Qué crees que es peor, ser español o portugués?, le
pregunté. “Lo peor son los cadáveres que estamos dejando por el camino mientras
perdemos el tiempo escuchando a sabios tan ignorantes que sólo saben de
economía”, me dijo mientras lanzaba una piedra que quedó flotando en la bahía.
Fronterizos. Diario de León (21, diciembre, 2012)
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