El adolescente al que yo conocí es hoy un diestro novelista, autor de una obra ya más que notable |
CUANDO yo
conocí a Miguel Otero el mundo era tan joven que muchas cosas aún no tenían
nombre, pero nosotros intuíamos que existían y las señalábamos con el dedo y el
gesto descarado del que no sabe, pero tiene muchas ganas de saber.
Cuando yo conocí a Miguel vivíamos en una ciudad gris con sombras de niebla
y esquinas de barro en la que los muchachos vestían un traje carcelario azul
marino y las muchachas, recuerdo vagamente, eran bellas y difíciles.
Por aquel entonces no habíamos leído a Cernuda e ignorábamos, por tanto,
que cuando termina la juventud empieza el tiempo en el que las cosas mueren.
Pero nosotros teníamos el mandato, eternamente repetido, de cambiar el mundo. Ahora
nos conformamos con constatar que el mundo no nos ha cambiado más que lo justo.
Otero era entonces un adolescente despierto, curioso e inquieto que ejercía
su condición feliz e indocumentada de joven enamoradizo. No recuerdo en qué
novela Lobo Antunes se preguntaba por qué hay tantos niños inteligentes que
acaban convirtiéndose en adultos imbéciles. No es el caso de Miguel, que ha
trasladado sus tempranas inquietudes a la literatura con talento, sabiduría y
gusto.
Hoy presenta en Ciudad del Puente su última novela, "El asedio",
una inquietante historia que se desarrolla en la capital de una comarca rodeada
de montañas llamada Zabiega. Territorio imaginario que, como todas las regiones
ficticias de la literatura, acaba siendo absolutamente real.
La Zabiega de "El asedio" es una tierra aislada y áspera. Sus habitantes
han abandonado toda esperanza, guardan secretos inconfesables y mezquindades
avariciosas, escriben siempre la misma carta. Viven incomunicados con el
exterior y pendientes de la amenaza difusa e imprecisa de la arena: un tsunami
de polvo que, desde el sur, va cubriendo ciudades, campos y valles.
El regreso de un vecino largos años alejado de la comarca es el
desencadenante de la tragedia final, planteada con extraordinaria pericia
narrativa a modo de una Fuenteovejuna a la inversa, cruel y primitiva, en la
que la sangre aparece encubierta en tradiciones atávicas incompatibles, como el
Toro de la Vega, con el tiempo actual de nuestra civilización.
Zabiega, ha explicado Miguel Otero,
es un acrónimo inspirado en las iniciales de Zamora, Bierzo y Galicia. Una
comarca fronteriza, vencida, agotada, recocida en su propia salsa. Una tierra
macondiana, en un tiempo feliz y próspera, condenada ahora a
desaparecer bajo la lluvia de arena.
El adolescente al que yo conocí es hoy un diestro novelista, autor de una
obra ya más que notable, capaz de crear universos que atrapan y turban. Capaz
de crear territorios metafóricos en los que no queremos reconocernos porque nos
da miedo la arena de Zabiega.
Fronterizos. Diario de León (27 septiembre 2013)