En julio de este año se conmemora el primer siglo del inicio de las obras de la línea ferroviaria entre Ponferrada y Villablino, un reptil de hierro y agua que guarda la memoria de la historia industrial del Bierzo durante el siglo XX.
Tras una
tramitación vertiginosa para los ritmos habitualmente pausados de la
administración, su propia construcción, en las más adversas de las
circunstancias y en el tiempo récord de un año, supone el inicio del aire
legendario de Far West que siempre rodeó a este camino férreo.
Los que todavía pudimos viajar en
el tren de pasajeros que hasta 1980 comunicó los pueblos del Sil, guardamos
aquella experiencia en la caja dedicada a los recuerdos más hermosos. Eran una
aventura aquellas dos horas largas de recorrido para los poco más de sesenta
kilómetros que separaban Ponferrada de Villablino en el asiento de madera de un
vagón de tercera, masticando la carbonilla y el humo, atravesando estaciones y
apeaderos que conducían a un ignoto Macondo minero, cruzando túneles y puentes
que jugaban al escondite con el padre Sil, la auténtica Calle Mayor de esta
comarca o lo que quiera usted que sea este territorio que le debe todo al
sufrido río de las arenas de oro, eje vertebrador del relieve berciano: hondo,
profundo y oscuro.
El tormentoso final de la
“empresa modelo” MSP, el reparto de sus despojos y lo que vino después forma
parte del catálogo de despropósitos que, espero (bendita ingenuidad), los
historiadores futuros sean capaces de desentrañar con todos sus pormenores
políticos, económicos y financieros. El ferrocarril dejó viajeros y mercancías
pero siguió transportando carbón a la central de Compostilla hasta hace unos
pocos años, después de importantes inversiones públicas para beneficio privado.
Desde entonces, el debate sobre
el destino del cadáver ferroviario se ha convertido en un ejemplo perfecto de
lo que mejor sabemos hacer por estos pagos, que es practicar el cinegético, muy
antiguo y poco noble arte de marear la perdiz.
Como es el turismo el gran mantra
salvador de las economías en los territorios venidos a menos, el vocerío señaló
el fin ineludible para el desocupado Ponfeblino: un tren destinado al ocio
vacacional en el que los visitantes experimentarían el placer de recorrer el
valle del Sil en un auténtico tren a vapor. Una idea que nunca ha pasado de
boceto, que carece de plan de viabilidad y que nadie es capaz de decir ni quién
la va a hacer ni cuánto puede costar. Una de esas ideas estupendas para sacar a
pasear en campaña, usar de pimpampum político o montar consorcios, comisiones y
mesas de trabajo, con dietas de asistencia, a ser posible.
Mientras tanto, el centenario
reptil de hierro, sus atractivas instalaciones y sus complejos equipamientos, están
expuestos al más cruel de los abandonos. Esta semana hemos sabido que han sido
robados unos cuantos metros de raíl, trabajosa y premeditadamente cortados,
entre Cubillos y Toreno. No serán los últimos robos. Tampoco son los primeros:
estaciones y locomotoras han sido saqueadas, la maquinaria valiosa ha sido
desvalijada, tramos de vía han sido levantados o están siendo literalmente
devorados por la naturaleza.
Otro desastre para una tierra en
la que la calamidad se ha instalado como costumbre.
Como las vacas al tren. El Día de León (20, enero, 2018)
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