Volví de León hace unos días con “La vida a
medias” en el bolso. Conocía los dos anteriores volúmenes de los diarios de
Avelino Fierro y no pude resistir la tentación al ver la tercera entrega en el escaparate
de una librería.
En Ciudad del Puente la librería bien dotada,
con fondo abundante, estanterías para el devaneo y preñadas de ejemplares
pidiendo manoseo, es un tipo de establecimiento en retroceso, no sabemos si por
contagio con la marchita tónica general del comercio, por falta de lectores, o
por ambas cosas. Por eso, cuando salimos del pueblo, sentimos ante una librería
el impulso del caminante sediento que encuentra un oasis en el desierto.
Avelino Fierro es -ignoramos en que orden-
fiscal, diestro dibujante, lector atento y notable escritor de diarios. Como el
género me interesa, con el libro recién adquirido en la mano el regreso en tren
desde León se hizo corto. Eso tiene su mérito: el centenar de kilómetros que
separan la capital de la provincia de la capital del Bierzo es un viaje en el
tiempo que te invita a la elucubración sobre las habilidades de los ingenieros
del siglo XIX.
Se terminó de imprimir el volumen, dice una
nota final, bajo la advocación de unos versos de Charles Simic. Esa es
advocación que merece respeto en el santoral laico de los lectores de poesía.
En el diario de Fierro sale mucho literato y mucha literatura, bastantes
pintores y pintura y sale, sobre todo, una ciudad con su provincianismo justo,
un paisaje urbano aún cómplice con la naturaleza y los estorninos y un tiempo
“que calla y huye”.
Como la velocidad del tren al cruzar el
Manzanal es la misma que experimentó Alfonso XII cuando inauguró la línea, me
dio por divagar, que es tarea imposible en el vértigo de los ferrocarriles
modernos, más diseñados para el negocio que para la meditación.
Esa barrera física en el centro de nuestro
mapa que simboliza el túnel del lazo separa con rigor excesivo, más allá de lo
geográfico, una provincia extensa, hueca, desconchada y con relaciones
interiores un tanto endogámicas y escasamente permeables.
No intenten, por ejemplo, buscar ninguno de
los tres volúmenes de los diarios de Avelino Fierro en una librería de
Ponferrada. Jamás el autor ha presentando en Ciudad del Puente sus libros. Y
como él, la mayor parte de los excelentes poetas o narradores que viven en la
capital.
Nadie recuerda la última vez que un premio
Cervantes como Antonio Gamoneda participó en un acto en el segundo municipio de
la provincia. Exactamente igual ocurre a la inversa. A este lado del Manzanal
hay un puñado de excelentes escritores que raramente tienen oportunidad de
presentar su obra en la capital.
No es sólo la literatura. Ni es sólo la
palurda rivalidad ya un tanto cansina entre León y Ponferrada, diseñada para
alimentar pasiones en los campos de fútbol y engrosar la caja de los
fabricantes de banderas. Esta provincia necesita (re)conocerse en su amplia
complejidad. Necesita coser relaciones y complicidades, sumar afectos y
cordialidades; incrementar lazos y sumar esfuerzos.
Que Avelino Fierro lea sus diarios en Toreno
y Fermín López Costero sus cuentos en Boñar. Tal vez así deje de ser una
provincia a medias.
Como las vacas al tren. El Día de León (23, diciembre, 2017)
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