domingo, 10 de diciembre de 2017

Elogio sentimental de mi calle

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Avenida de la Puebla, Ponferrada. Años 50?
Mi calle debió ser desde siempre camino. Por ella ha pasado gente antes incluso de que la calle y la propia ciudad existieran.
Mi calle es la consecuencia geométrica de un puente que ordenó construir hace siglos un obispo para que los caminantes europeos pudieran visitar la tumba de un disidente decapitado sobre cuyo sepulcro se levantó una catedral.
En mi calle hubo un lazareto para enfermos pobres y una iglesia en la que se produjo un milagro. Del lazareto no queda ni rastro y en el solar de la iglesia se levantó el edificio más feo del noroeste peninsular donde, en la prehistoria de la telefonía, se iba a esperar conferencias. Apenas un mal lienzo se conserva del milagro.
Cuando el humo de los trenes que bajaban de Villablino cargados de dinero estiró Ciudad del Puente hacia el oeste, mi calle empezó a desperezarse y a vivir su época de esplendor.
Mi calle tuvo entonces una churrería para noctívagos que frecuentaban los Max Estrella de provincias; una fonda para huérfanas de posguerra atraídas por el olor de la prosperidad; un hotel donde bebía güisqui y dibujaba canales Juan Benet y farmacias con rebotica donde se pudieran haber organizado tertulias poéticas si en la ciudad del dólar no hubiera estado mal visto escribir versos.
Mi calle era el eje de la ciudad que crecía, y crecía, y crecía..., que se llenaba de obreros con acentos extraños, empleados de bata blanca y modesta clase media. En sus cercanías se anunció vino nuevo con bandera blanca, se practicaron viejos oficios hebraicos y se vendieron herramientas de cuero para aquellas tareas agrícolas que se resistían a morir frente al impulso industrial y de servicios. 
Desde las traseras de sus viviendas se divisaba una envidiable cartografía hortícola que enrojecía en agosto al ritmo de la maduración de los pimientos. Sólo el nombre queda de aquellas huertas. Y un conjunto escultórico manifiestamente olvidable.
En mi calle se levantaron arquitecturas modernistas a las que nadie ha prestado nunca la menor atención. La prosperidad desviaba su atractivo hacia un bullicio de comerciantes, de almacenes cargados de mercancía y de clientes de confianza que compraban pantalones de tergal a crédito, hilos de colores imposibles y aparatos de radio fabricados en Holanda.
A mi calle le pusieron después de la guerra el nombre reservado por los vencedores para las mejores avenidas. Con los cambios en el callejero de la democracia se identificó la calle con el barrio. Le plantaron magnolios y le cambiaron baldosas poco antes de que empezara la epidemia que ha ido consumiendo en los últimos años el tejido comercial del centro de las ciudades. 
Una plaga que ha sido especialmente cruel en Ciudad del Puente y que ha dejado en mi calle un temprano panorama de escaparates con caries, rótulos herniados y portales con halitosis, que ha ido contagiando a todo el trazado urbano que rodea la Plaza de Lazúrtegui.
Los pocos comerciantes que quedan en mi calle no se resignan a la catástrofe. Armados de escoba y fregona, han limpiado el polvo de los escaparates vacíos y organizado una exposición callejera que se abrirá con fiesta el próximo día 15. Van a intentar que, al menos en Navidad, mi calle tenga un poco de la calle que fue.

Como las vacas al tren. El Día de León. 9, diciembre, 2017

2 comentarios:

  1. Descripción perfecta de aquellos años 50 Que me han hecho llorar,no podía hacerse mejor.Enhorabuena a M.A.Varela.

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