Les Luthiers y "la gloria vana, el oropel vacuo"del poder |
LO contaba con su magistral gracia el grupo argentino Les Luthiers en un viejo número titulado El rey enamorado, en el que se parodiaban los dramas isabelinos. Arrancaba el sketch con un juego de palabras numérico: "Escena VII, del cuadro III, del acto I. El rey Enrique VI ha rezado la novena en su cuarto. Después de unos segundos, atraviesa la quinta".
El rey se dispone a rondar a su dama acompañado de un juglar y reflexiona sobre "la gloria vana, el oropel vacuo" del poder: "El poder... El trono... El trono o María... Al fin y al cabo el trono lo quiero para posarme sobre él y satisfacer mis deseos: los más sublimes y los más perversos. En cambio a María la quiero para... ¡Caramba, qué coincidencia!"
Da mucho juego el juego del poder en manos de la inteligencia creativa, bien sea convertida en pulsión cómica, al estilo de Les Luthiers, o dramática, al estilo de aquel tipo inglés de hace cuatro siglos al que conocemos como Shakespeare (probablemente un nombre falso para enredar en el Facebook de la época).
Al poder, a su ejercicio y a quienes lo ejercitan dedicó lo mejor de su ingenio el poeta británico y en algunas de sus piezas teatrales encontramos hoy manuales prácticos de política aún no superados. Véase por ejemplo ese monólogo del astuto Marco Antonio frente al pueblo de Roma tras el asesinato de Julio César, capaz de conmover y hacer cambiar hábilmente de opinión a las masas. En esa misma obra, Cicerón le dice a Casca: “los hombres pueden interpretar las cosas a su manera, en sentido contrario al de las cosas mismas.”
No sé qué diría Cicerón si pudiera leer los periódicos del día. Supongo que al filósofo y político latino le escandalizaría el ejercicio dialéctico de la política, colocado actualmente a un nivel digamos Mariló Montero, para entendernos. Probablemente muchos compañeros del Senado romano de Cicerón pensarían del ejercicio del poder lo mismo que el secretario general de los socialistas leoneses, pero puestos a explicárselo al pueblo es probable que encontraran, como el Marco Antonio de Shakespeare, mejores argumentos.
Para fustigar a los críticos de su partido, este heredero de Cicerón elaboró la clarificadora fábula de la vaca que mama, que no sé si es la misma que la que ríe. “Mientras yo sea secretario general no van a volver a mamar de la vaca”, vino a resumir, dejando claro que su concepto del gobierno no está muy alejado del que tiene el personaje de la parodia de Les Luthiers.
Entiéndanme. No pide uno que toda la clase política sea dialécticamente Hegel. Pero entre los monólogos shakesperianos y la vaca que mama digo yo que existirá un lugar de pensamiento intermedio cuyo uso creo que los humildes mortales agradeceríamos.
Fronterizos. Diario de León (14, febrero, 2014)
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