Antonio Guerra, un industrial berciano con visión de futuro |
LA historia de la familia Guerra y de su impulso al desarrollo de la
industria vinícola berciana ya ha sido contada por los historiadores, pero está
poco explotada por la literatura, salvo en los apuntes de su primo lejano, Raúl
Guerra Garrido.
Detrás de esa marca habría por lo menos una novela que
combinaría la épica empresarial con el tono moralizante del auge y caída de un
visionario en una pequeña villa de provincias como Cacabelos, convertida en un
Macondo del noroeste en el que lo mismo se inventa la cuadratura del círculo
que se desafía con chulería rural al poderío de una multinacional.
En la primera mitad
del siglo pasado, un industrial con visión de futuro llamado Antonio Guerra fue
capaz de entender el potencial del vino berciano mucho antes de que se
inventaran las denominaciones de origen, las bodegas de diseño arquitectónico,
el turismo enológico y la poética de las contraetiquetas.
Aplicando novedosas
técnicas de marketing cuando probablemente no se había inventado ni siquiera
ese término, Guerra, como el gitano Melquiades del relato de Márquez, mostró al
mundo las virtudes de los caldos nacidos al pie del Camino de Santiago, en las
colinas soleadas que esconden tesoros romanos y visigóticos.
Dicen
que el primer rótulo luminoso instalado en la Puerta del Sol anunciaba Vinos
Guerra, antes de que el cartel de Tío Pepe peligrara por la invasión del
inventor de Apple. Todavía se conservan discos de 78 revoluciones por minuto
con grabaciones de jingles que anunciaban a ritmo de pasodoble el anís Bergidum
Guerra cuando nadie en este país triste había imaginado que se pudiera vender
un desayuno con una canción pegadiza.
Pero su mayor éxito
fue también el origen del desastre. Guerra comercializó un refresco llamado
ColaYork que puso en jaque a la todopoderosa industria norteamericana de la
burbuja. Un ejército de abogados de la Coca Cola cayó sobre el inquieto
industrial cacabelense, al que acusaron de plagiar la fórmula celosamente
guardada en una caja fuerte en Atlanta. El imperio del visionario del Cúa se
vino abajo.
La historia tiene
todavía su epílogo. La decadencia coincidió con la aparición de un heredero
vivales cuyas aventuras dan para otro volumen del género picaresco que haría
las delicias de Eduardo Mendoza. La pista familiar se pierde en una isla del
Caribe donde un descendiente del visionario lee el futuro en el tarot para una
televisión local.
Ahora se ha sabido que Bolivia
anuncia el fin de la Coca-Cola el próximo 21 de diciembre, en
una decisión en sintonía con los arcanos del calendario maya que festejará nada
menos que “el fin del capitalismo”. Antonio Guerra aplaudirá el momento desde
la parcela celestial reservada a los visionarios del Cúa.
Fronterizos. Diario de León (3, agosto, 2012)
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