viernes, 18 de octubre de 2013

Diario de la perplejidad


Me citaron a Voltaire hace tiempo: 
No comparto lo que dices, pero defenderé hasta 
la muerte tu derecho a decirlo 

ME citó a Voltaire hace tiempo un político en activo (conservador, para más señas) al que no le había gustado alguna opinión vertida sobre no sé qué cosa en no me acuerdo qué medio: No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.

Esto debió suceder hace varios miles de años, cuando el concepto de libertad de expresión era una conquista tan reciente que era asumido a diestra y siniestra, cuando la capacidad de escandalizarse ante la opinión discordante era minoritaria, cuando el personal no se la cogía con papel de fumar y si los pareceres de alguien no le gustaban sencillamente procuraba no verse en la obligación de escuchar o de leer a ese alguien.

Ahora andamos siempre con la escopeta cargada, somos incapaces de colocar en el contexto adecuado una opinión, de relativizar la trascendencia de una declaración mediática, de analizar la personalidad del autor de una afirmación para entender su sentido último. Y ya no nos conformamos con criticarla, o con ensañarnos en las redes sociales, o con injuriar sin coste alguno en los mensajes anónimos de los digitales.

No. Ahora queremos sangre. Pedimos la guillotina en la plaza pública contra el discrepante, el iconoclasta, el provocador o, en ocasiones, el tonto de turno que busca sus quince obligados minutos de notoriedad. O directamente le atacamos donde más duele: lo censuramos, como en los viejos tiempos.

Le pasó a Pepe Rubianes, un Dario Fo galaico catalán al que se vetó en Madrid por unas declaraciones televisivas tomadas al pie de la letra. Lo ha sufrido el bufón Leo Bassi, contra el que llegaron a poner una bomba en el teatro. Lo ha padecido el siempre incómodo Albert Boadella por salirse de la línea de la corrección política del nacionalismo catalán.

Lo sufrió Carmen Machi, a la que se intentó boicotear en Barcelona por haber firmado el manifiesto de artistas “A favor de Cataluña en España”. Lo aguantó la compañía de danza “Kukai” por montar un hermoso espectáculo a partir de textos del mejor poeta vasco de todos los tiempos y preso etarra en los ochenta, Joseba Sarrionandia.

Y, mas recientemente, se le echaron al cuello a Ana Zamora por decir que es nuestra obligación intentar cambiar esta mierda de mundo que tenemos. Y en un pueblo de Sevilla se acaba de suspender la representación de una obra de teatro en la que salía la Virgen por presiones de las cofradías locales. Y ayer, el Consejo de Administración del Teatro Jovellanos de Gijón decidió rescindir el contrato a Albert Pla, por una declaraciones propias de un tipo heterodoxo y disparatado como Pla.

Y se queda uno perplejo. Y recuerda uno a aquel político (conservador, para más señas), que hace miles de años le citó a Voltaire.

Fronterizos. Diario de León (18, octubre, 2013)

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