Con un trocito de Peñalba, con un par de piedras de Montes o con un recodo del arroyo del Silencio, un norteamericano hubiera montado ya un emporio turístico... |
OTRA vez mirando al sur, por donde Ciudad del Puente se
transforma en valle, en monte y en aldea de pizarra. Mirar otra vez el lugar
del que venimos, la sombra a la que volveremos, el espacio que nos cierra el
paso en los mapas con la misma intensidad con la que nos reclama atención.
Es una República el sur de Ciudad del Puente que reparte
democráticamente sus capitales, colocando una en cada valle. Y en todas su
misterio, su rincón desde el que leer el pasado, su esquina vigilante de un
territorio que nunca se nos desvela en todo su esplendor.
Compludo es la primera de ellas entrando por la ruta del
Apóstol. Hay tres pueblos en alto que rodean la capital, sumida en el valle. En
Carracedo hay niños que aprenden a hacer volatines y hablan lenguas extrañas;
en Palacios viven los vigilantes del cielo que cuentan nidos de lechuzas y en
Espinoso se han visto caballeros de cabello largo y cruz en el pecho velar en
la era las noches de luna llena. Y todos quieren que vuelva a sonar el martillo
de la herrería, que no es medieval, ni falta que hace, pero alberga al pie del
río el secreto druídico que convierte en pareja al fuego y al agua.
El Oza son palabras mayores y su nombre pone sello a la
Valdueza, que es tierra de santos y de señores, de mitologías heterodoxas y de
prodigios legendarios, de refugiados, de huidos y finalmente de emigrantes que
regresan en verano a regar los tomates y a sentarse por la tarde en el tocón de
un castaño.
Con un trocito de Peñalba, con un par de piedras de Montes
o con un recodo del arroyo del Silencio, un norteamericano hubiera montado ya
un emporio turístico. Pero por aquí somos pocos dados al mercadeo y preferimos
la hidalguía de la ruina a la fortuna de la laboriosidad respetuosa y sabia.
Pero hay más en este sur del que hablamos. Los Barrios, por
ejemplo. Tres pueblos circunvalados por esa autovía de barro y memoria que se
llama Camino de los Maragatos, senda de arrieros que atraviesa un paisaje
civilizado y fecundo.
Lombillo, Salas y Villar exhiben la mayor concentración
heráldica de este lado de la provincia, sus vecinos hablaban de tú a los
rabinos de Toledo y en sus bodegas se espantan las moscas con fragmentos de la
Torah o con cartas de Santa Teresa. Después de cruzar las fronteras más remotas
de los mapas, ahora vuelven los hijos pródigos del pueblo, o sus nietos, a
ocupar las nobles casas y a diseñar para las fiestas del Cristo festivales en
los que la plaza de Villar será la Plaza del Mundo.
No cabe todo el sur de Ciudad del Puente en estos párrafos:
las hogueras de los guerrilleros de Ferradillo, la tumba de Álvaro Yáñez en el
pico de la Aquiana, la gloria de las cerezas en Rimor... Miles de motivos para,
otra vez, mirar al sur.
Fronterizos (Diario de León). 30 de agosto de 2013
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