VIOLETA Parra se pegó un tiro en la cabeza un
domingo por la mañana, pocos meses después de grabar una canción titulada
“Gracias a la vida”. Su hijo anda estos días promocionando un documental sobre
aquella mujer combativa y enamoradiza, convencida de que “llegará el momento de
la justicia de los pobres, esos a los que siempre les toca
la peor parte del día”.
Está durando mucho ese día aciago e
interminable del que hablaba la chilena. Está durando una eternidad de años y
por delante no se atisba más que una noche oscura y temible. Ni rastro de un
amanecer de esperanza, por mucho que nos quieran despachar como aurora el
brillo de una estrella apagada.
Se está alargando un día que aparentemente
empezó hace seis años pero que realmente se estaba incubando desde bastante
antes.
Tal vez desde que alguien decidió que era más
rentable especular con números digitales y sensaciones que producir bienes
útiles para la sociedad, desde que apareció la posibilidad de legalizar el
esclavismo laboral pintado de mercado global y libre competencia.
Es posible que empezara cuando nos
convencieron de que el poder político no era necesario ante la perfección
suprema del divino mercado. Nos persuadieron entonces de la maldad de la
política, nos disfrazaron la actividad pública de combate de boxeo amañado y
nos llevaron al lado oscuro de la irresponsabilidad con el bien común.
Probablemente se inició cuando ese poder
político quedó hipnotizado por los cantos de sirena del dinero y asaltó la caja
fuerte de nuestros ahorros. Desvalijados los fondos, se largaron silbando y
mirando al otro lado para no coincidir con los cuentacorrentistas estafados.
Del abundante patrimonio artístico y cultural que mantenían sus obras sociales
nada se sabe, salvo que espléndidas instalaciones como las que Caja España
tiene en Ponferrada están cerradas y sin actividad conocida.
Aproximadamente se originó cuando la mayoría
de la población aceptó su condición de consumidor por encima de su
responsabilidad de ciudadano. Vivimos entonces en la ola de la indiferenciación
cultural (las chorradas de Coelho tenían el mismo valor que la poesía de Eliot
y los brincos de Leticia Sabater era un producto equivalente al teatro de La
Zaranda) y del triunfo del circo colectivo (el fútbol como psicólogo de masas
al que hasta Hacienda perdona, la tele como adormidera social en la que el
chiste soez es argumentación filosófica y la nueva cocina como ejemplo de
excelencia artística)
Y en esas estamos.
Esperando, como en aquella canción de Violeta, que despierte el hombre “antes
que se abran los cielos, venga el trueno furioso con el clarín de San Pedro y
barra los ministerios”. Esperando que no siempre le toque a los mismos la peor parte del día.
Fronterizos. Diario de León (5-julio-13)
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