sábado, 6 de julio de 2013

La peor parte del día


Esperando, con Violeta Parra,
que no siempre le toque a los
mismos la peor parte del día
VIOLETA Parra se pegó un tiro en la cabeza un domingo por la mañana, pocos meses después de grabar una canción titulada “Gracias a la vida”. Su hijo anda estos días promocionando un documental sobre aquella mujer combativa y enamoradiza, convencida de que “llegará el momento de la justicia de los pobres, esos a los que siempre les toca la peor parte del día”.

Está durando mucho ese día aciago e interminable del que hablaba la chilena. Está durando una eternidad de años y por delante no se atisba más que una noche oscura y temible. Ni rastro de un amanecer de esperanza, por mucho que nos quieran despachar como aurora el brillo de una estrella apagada.

Se está alargando un día que aparentemente empezó hace seis años pero que realmente se estaba incubando desde bastante antes.

Tal vez desde que alguien decidió que era más rentable especular con números digitales y sensaciones que producir bienes útiles para la sociedad, desde que apareció la posibilidad de legalizar el esclavismo laboral pintado de mercado global y libre competencia.

Es posible que empezara cuando nos convencieron de que el poder político no era necesario ante la perfección suprema del divino mercado. Nos persuadieron entonces de la maldad de la política, nos disfrazaron la actividad pública de combate de boxeo amañado y nos llevaron al lado oscuro de la irresponsabilidad con el bien común.

Probablemente se inició cuando ese poder político quedó hipnotizado por los cantos de sirena del dinero y asaltó la caja fuerte de nuestros ahorros. Desvalijados los fondos, se largaron silbando y mirando al otro lado para no coincidir con los cuentacorrentistas estafados. Del abundante patrimonio artístico y cultural que mantenían sus obras sociales nada se sabe, salvo que espléndidas instalaciones como las que Caja España tiene en Ponferrada están cerradas y sin actividad conocida.

Aproximadamente se originó cuando la mayoría de la población aceptó su condición de consumidor por encima de su responsabilidad de ciudadano. Vivimos entonces en la ola de la indiferenciación cultural (las chorradas de Coelho tenían el mismo valor que la poesía de Eliot y los brincos de Leticia Sabater era un producto equivalente al teatro de La Zaranda) y del triunfo del circo colectivo (el fútbol como psicólogo de masas al que hasta Hacienda perdona, la tele como adormidera social en la que el chiste soez es argumentación filosófica y la nueva cocina como ejemplo de excelencia artística)

Y en esas estamos. Esperando, como en aquella canción de Violeta, que despierte el hombre “antes que se abran los cielos, venga el trueno furioso con el clarín de San Pedro y barra los ministerios”. Esperando que no siempre le toque a los mismos la peor parte del día.

Fronterizos. Diario de León (5-julio-13)

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