sábado, 20 de julio de 2013

Insomnio en la ciudad sin nombre



Soñaste con multitudes insomnes 
que vagaban por una ciudad sin nombre






HABÍAS pasado tanto tiempo con aquel viejo poeta que acabaste por contagiarte de su insomnio. Charles Simic apenas duerme desde el Domingo de Ramos de 1941, cuando los bombarderos nazis lanzaron su primera operación de castigo sobre Belgrado.

Simic tenía entonces tres años y recuerda llamas en la noche de la capital serbia, que tiene el dudoso privilegio, te recordó, de ser la única capital europea bombardeada por los alemanes al principio de la guerra, por los aliados en 1944 y por la OTAN en 1999. Al lado del metafísico de las tres de la madrugada te acostaste estos días para escuchar la serenata del gato bajo la ventana de la habitación donde se escribe la versión oficial de la realidad.

Contaminado por el insomnio de Simic y sin un disco a mano de Charlie Parker con el que bailar enloquecido al alba, encontraste ya iniciada en un canal perdido de televisión aquella película de la que tan buen recuerdo tenías.

Salía en ella Lee Marvin, inconmensurable, y un jovencísimo Clint Eastwood, y la belleza inquietante de Jean Seberg. Parecía un western pero “La leyenda de la ciudad sin nombre”, aquella historia del auge y caída de un poblacho minero californiano transformado en una ciudad anárquica y feliz donde la única norma era que no había normas, se escapaba por las costuras de los reglamentos de género.

Los protagonistas viven su heterodoxo triángulo aceptado por una población ocupada en derrochar el oro en prácticas de gran interés para el espíritu: beber, jugar y fornicar, no necesariamente en ese orden. Cuando aparece un predicador que reprocha a los vecinos aquella vida disoluta un ciudadano pregunta inocentemente “¿Qué es un fornicador?”. “No lo sé –le responde otro-, no soy hombre religioso”.

El antihéroe concibe un plan para hacerse con el polvo de oro que se pierde convirtiendo el subsuelo de la ciudad en una tupida red de galerías. Pero a esa Arcadia dichosa llega el orden en forma de familia de granjeros y acaba literalmente hundida en el fango a causa de las excavaciones.

El insomnio debe producir interferencias neuronales y en aquel desplome del decorado hollywoodiense tú estabas viendo el naufragio de Ciudad del Puente; el declive de una comarca minera en la que se bebió, se jugó y se fornicó con ánimo legendario; el aplastamiento de una provincia en la que el dinero bajaba todos los días de un tren humeante y ruidoso.

Acabaste volviendo al serbio que creció en las ruinas de la posguerra europea y que mantiene que todo poema es un acto de desesperación. “Los inútiles, los pesados, los mahumorados y los reprimidos sexuales sueñan con legislar su impotencia”, te dijo.

Luego te dormiste. Y soñaste con multitudes insomnes que vagaban por una ciudad sin nombre.

Fronterizos. Diario de León (19 julio 2013)

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