En el sur de Ciudad del Puente hay vida;
fuera no hay más que melancolía
y falsas esperanzas.
En la foto, Cascada del Gualtón,
en Carracedo de Compludo
|
“AQUÍ ya ni ruido había; por eso me fui al Sur”. Saludó contundente el Optimista de
Ciudad del Puente, argumentando con autoridad: “el norte industrial está muerto
y ha dejado un cadáver sin el menor interés: pasto de los usureros que
disputarán su mortaja. Tenemos que mirar al Sur”
El Sur de Ciudad del Puente, dice, limita al Norte con el
Monte Pajariel, el velo que puso la naturaleza para hermanar con Galicia al Sil,
pero también el telón detrás del cual se oculta el milagro.
El sur del Optimista es generoso en lo geográfico. Por un
lado llegaría hasta el Camino de Santiago, esa línea imaginaria que ha
mantenido el contacto con el mundo exterior de la comarca ensimismada. La raya
del Oeste la pone en los picachos de Médulas: otra señal que el tiempo pasado
ha forjado para advertirnos sobre nuestro futuro.
“Entre esos límites hay vida; fuera de ellos no hay más
que melancolía y falsas esperanzas”. Lo dijo dando a su cigarrillo una calada
tan profunda que por un momento temiste que pudiera aparecer un agente del Día
Mundial Sin Tabaco a ofrecerle una Biblia a cambio de la bolsa de picadura.
Te pusiste ortodoxo y le contaste lo del informe que
señala ese espacio como el centro de las provincias con la mayor concentración
de pobreza del país. Incluso le recordaste que el mismísimo Rouco Varela ha señalado que "la
razón última de lo que nos sucede no es otra que el olvido de Dios”
Pero
el Optimista había estado tomando Coca-Colas con
Leopoldo Panero y me lanzó a la vez el humo y la cita: “En España se puede mentir, robar y asesinar en nombre de
Dios. Pero, ¡ay de aquellos que meen en la calle! Desearán no haber nacido”.
Hay pueblos en el sur que muestran al sol del mediodía
más actividad que la capital lánguida de los comercios rotos. En Carracedo de
Compludo hay niños que desayunan en la cantina que está frente a una iglesia
que se cae y luego hacen malabares con Marcos y Morgane, una pareja joven que
se dedica al circo y gana premios en festivales importantes. Cuando lo desean,
hacen pis en la calle.
Muy cerca de allí, en Palacios, hay un puñado de locos
que decidió hace veinte años convertir la aldea abandonada en el paraíso de las
aves. Ahora, al amanecer, aquello es una sinfonía de instrumentos voladores que
solo el especialista es capaz de identificar.
Y aunque en el valle la herrería que la pereza
intelectual sigue calificando como medieval ha dejado de funcionar por los
problemas de engrase del pesado mecanismo norteño, hay un robledal que se ríe
en primavera del frío del invierno y caminos que están esperando a un oso
curiosón y viajero.
“Puede ser que el norte sea el que
ordena –se despidió silbando el Optimista– pero aquí abajo, con su esperanza
dura, el Sur también existe”.
Fronterizos. Diario de León (31-mayo-2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario