La mitad del mundo la forman personas que tienen algo que decir y no pueden. La otra mitad, los que no tienen nada que decir y no paran de decirlo” |
DICEN que había plásticos, envases, ropa vieja y todo tipo de
desperdicios. Dicen que la capa de basura que rodeaba su casa tenía metro y
medio de profundidad. Calculan que acumulaba alrededor de veinte mil kilos de
desechos en su hogar. Un duro trabajo para los operarios del Ayuntamiento de
Puente que han estado retirándolos, provistos de una orden judicial.
Balbina tiene 78 años. Vive, sola, en Castroquilame, una
pequeña población al pie del río Cabrera, tras las estribaciones de las
Médulas. Balbina tenía que ser una moza cuando pasó por esta tierra olvidada de
Dios un escritor alto que se llamaba Ramón. Quizá
lo saludó tímidamente en junio de 1962 desde esta misma casa ahora invadida por
los despojos.
Entonces esa región eran las Hurdes
leonesas. Unas décadas después, la pizarra trajo dinero y consumo a una tierra
pobre para la agricultura que calmaba su miseria con poco más que una ganadería
de subsistencia. La pizarra trajo mejores condiciones de vida aunque pagando
por ello un precio muy alto que presenta su factura en un apocalíptico paisaje
de brillantes y untosas escombreras.
Todo eso tuvo que conocerlo Balbina. Pero
sabemos poco de esta mujer, salvo que es soltera y que desde hace veinte años ha salido por las noches a recoger de los contenedores los restos que
sus vecinos arrojaban para acumularlos en su casa como un tesoro.
A esta patología los especialistas la llaman Síndrome de
Diógenes. No sabemos muy bien por qué ya que la tradición atribuye al pensador
griego un desprendimiento absoluto de los bienes materiales. En su anécdota más
conocida, Alejandro Magno le ofrece concederle cualquier deseo. “Que te apartes: no me dejas tomar el sol”, dicen que le dijo
el sabio al poderoso general.
Ahora Balbina ha salido en los
papeles, apenada ante lo que entiende como el robo de una fortuna pacientemente
atesorada. No quiere ir a una residencia para ancianos. Tampoco desprenderse de
su hacienda. No entiende la molestia que su costumbre provoca a los vecinos.
Del poeta Robert Frost aprendimos que “la
mitad del mundo la forman personas que tienen algo que decir y no pueden. La
otra mitad, los que no tienen nada que decir y no paran de decirlo”. Balbina
forma parte del primer grupo e intenta decirnos algo que no somos capaces de
entender.
Yo creo que, sin saberlo, Balbina ha construido una gran
metáfora de nuestro tiempo. Ella ha almacenado residuos como otros acumulan propiedades,
promesas incumplidas o cuentas tan poco corrientes como opacas. Nos han
enseñado que acumular es bueno para la economía y Balbina se ha aplicado a ello
con empeño enfermizo.
Su basura, en cualquier caso, no es muy diferente a la
que todos apilamos. Nosotros la llamamos riqueza. Balbina también.
Fronterizos. Diario de León (3-mayo-2013)
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