Carlos Marx aprovechó su visita
a Ciudad del Puente para cortarse el pelo
Foto: http://cadizanticapitalista.blogspot.com.es
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EN los territorios de la melancolía pasan cosas inexplicables. Fenómenos
propios de los lugares donde la incertidumbre sobre el futuro aguza los
encuentros con el pasado. Sin ir más lejos, el otro día me di de bruces con
Carlos Marx, que estaba contemplando una de las chimeneas de ladrillo que aún
se conservan en Ciudad del Puente.
— Quedan pocas –le
dije–. Parece que la ciudad ha querido ir borrando las pruebas del crimen
cometido con su actividad industrial.
A decir verdad, tardé en reconocerlo. Confieso que se me
parecía mucho a un histórico de la interpretación en este lado del Manzanal
llamado Javier Vecino. Ni rastro de bigote, barba o aquella melena leonina de
la iconografía tradicional. Pero era él, sin duda. Vestía levita y una corbata
de lazo que parecían sustraídas de la guardarropía de una compañía teatral
venida a menos. Todo muy pasado de moda. O tal vez no: lo vintage hace furor
con la crisis.
— Me han dado
permiso “los de arriba”, subrayó, enigmático, señalando vagamente hacia el
cielo nublado. Pasé ganas de preguntarle por el cielo
de los ateos pero se había quedado observando una manifestación contra la
reforma educativa. “Estudiantes del mundo, uníos”, masculló entre
dientes.
Me pidió fuego. Aproveché entonces para decirle que Paul Lafargue afirmaba que con los derechos de El
capital, su suegro no pagaría siquiera el
tabaco que fumó mientras lo escribía. Creo que llegó a sonreír mientras
encendía su pipa.
Caminamos. Paseamos entre hombres que
lo habían perdido todo y acumulaban sus escasas pertenencias en el hueco de un
cajero. Vimos a una mujer pidiendo un trozo de queso en la puerta de un
supermercado. Contamos juntos los comercios cerrados y las naves industriales
desvencijadas. Nos cruzamos con un minero que llevaba cinco meses sin cobrar su
salario.
Me atreví a titubear algo sobre la alienación y la injusticia de la acumulación de
riqueza por una minoría pero me cortó, tajante: “No se equivoque. Yo soy Carlos Marx, pero yo no soy marxista”. Supuse que eso era dialéctica.
Lo acompañé hasta el Bergidum. Recuerdo sus últimas frases:
“No hablemos más del capitalismo, del socialismo. Hablemos solo de utilizar la
increíble riqueza de la tierra a favor de los seres humanos. Demos al pueblo lo
que necesita: comida, medicinas, aire puro, agua, árboles, casas agradables,
más horas de ocio. No hay que preguntar quién lo merece. Todo ser humano lo
merece”.
Nos despedimos a la puerta del teatro. En el escenario estuvo
conferenciando. No sé si entre la audiencia
había algún marxista. Yo me quedé un buen rato pensando en las cosas raras que
suceden en las ciudades abatidas. También en el curioso parecido entre Marx y
un actor de aquí que se llama Javier Vecino.
Fronterizos. Diario de León (10-5-2013)
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