viernes, 10 de mayo de 2013

Marx en Ciudad del Puente


Carlos Marx aprovechó su visita 
a Ciudad del Puente para cortarse el pelo
Foto: http://cadizanticapitalista.blogspot.com.es
EN los territorios de la melancolía pasan cosas inexplicables. Fenómenos propios de los lugares donde la incertidumbre sobre el futuro aguza los encuentros con el pasado. Sin ir más lejos, el otro día me di de bruces con Carlos Marx, que estaba contemplando una de las chimeneas de ladrillo que aún se conservan en Ciudad del Puente.

Quedan pocas –le dije–. Parece que la ciudad ha querido ir borrando las pruebas del crimen cometido con su actividad industrial.

A decir verdad, tardé en reconocerlo. Confieso que se me parecía mucho a un histórico de la interpretación en este lado del Manzanal llamado Javier Vecino. Ni rastro de bigote, barba o aquella melena leonina de la iconografía tradicional. Pero era él, sin duda. Vestía levita y una corbata de lazo que parecían sustraídas de la guardarropía de una compañía teatral venida a menos. Todo muy pasado de moda. O tal vez no: lo vintage hace furor con la crisis.

Me han dado permiso “los de arriba”, subrayó, enigmático, señalando vagamente hacia el cielo nublado. Pasé ganas de preguntarle por el cielo de los ateos pero se había quedado observando una manifestación contra la reforma educativa. “Estudiantes del mundo, uníos”, masculló entre dientes.

Me pidió fuego. Aproveché entonces para decirle que Paul Lafargue afirmaba que con los derechos de El capital, su suegro no pagaría siquiera el tabaco que fumó mientras lo escribía. Creo que llegó a sonreír mientras encendía su pipa.

Caminamos. Paseamos entre hombres que lo habían perdido todo y acumulaban sus escasas pertenencias en el hueco de un cajero. Vimos a una mujer pidiendo un trozo de queso en la puerta de un supermercado. Contamos juntos los comercios cerrados y las naves industriales desvencijadas. Nos cruzamos con un minero que llevaba cinco meses sin cobrar su salario.

Me atreví a titubear algo sobre la alienación y la injusticia de la acumulación de riqueza por una minoría pero me cortó, tajante: “No se equivoque. Yo soy Carlos Marx, pero yo no soy marxista”. Supuse que eso era dialéctica.

Lo acompañé hasta el Bergidum. Recuerdo sus últimas frases: “No hablemos más del capitalismo, del socialismo. Hablemos solo de utilizar la increíble riqueza de la tierra a favor de los seres humanos. Demos al pueblo lo que necesita: comida, medicinas, aire puro, agua, árboles, casas agradables, más horas de ocio. No hay que preguntar quién lo merece. Todo ser humano lo merece”.

Nos despedimos a la puerta del teatro. En el escenario estuvo conferenciando. No sé si entre la  audiencia había algún marxista. Yo me quedé un buen rato pensando en las cosas raras que suceden en las ciudades abatidas. También en el curioso parecido entre Marx y un actor de aquí que se llama Javier Vecino.

Fronterizos. Diario de León (10-5-2013)

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