sábado, 13 de abril de 2013

Viendo llover en Macondo




ANDAMOS por este lado del mundo como la Isabel de aquel cuento de Márquez, viendo llover en este Macondo asolado, donde el cielo se ha convertido en "una sustancia gelatinosa y gris" que aletea a una cuarta de nuestras cabezas.

Cae agua con la misma inclemencia con la que el poder nos pide un nuevo sacrificio, arrastrando sin misericordia todo lo que creímos justo. Los botes salvavidas ya han sido ocupados por los pasajeros de primera clase. Los oficiales al mando hace tiempo que abandonaron la nave.

La tripulación comercia con los harapos de los pasajeros. Tal vez planean poder dejar un cadáver emperifollado. Hay mucha rabia en los camarotes de la quilla pero el barco está perfectamente diseñado para que, en caso de emergencia, sólo perezcan los que están por debajo de la línea de flotación.

Y mientras el agua va penetrando hondo en nuestros sentidos, nosotros tomamos notas para nuestro monólogo, como Isabel viendo llover en Macondo.

Como necesitamos desesperadamente donde agarrarnos, antes de que acabemos en el océano donde han decidido descargar las cosas que no pueden venderse, nadamos hacia la rama de los regeneracionistas, de los que pensaron siglos atrás sobre otra decadencia nuestra, que tal vez sea siempre la misma.

Aparece entonces un hidalgo caballero, que no es de la Mancha, sino nacido en Chinchón, y no responde al nombre de Quijote, sino al más castizo de Pepe. Y con una voz que viene de un tiempo en el que los cómicos aprendían el oficio escuchando nos habla de la edad dichosa en la que “los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.
Y entendemos entonces que hay que llamar al loco de los libros de caballerías “para que nos ayude a desenmascarar a los mercaderes de sueños, que nos oprimen con sus deseos de codicia”.

Buscamos más cerca y algún vástago donde sujetarnos aparece. “El Bierzo de hoy no es el Bierzo de otros tiempos; de él solo restan recuerdos de su grandeza pasada. El Bierzo es al presente una comarca pobre, olvidada de todos los gobiernos, que jamás fijaron en ella la preferente atención a que la hacen acreedora sus dones naturales”.

El día en el que el vecino de Cacabelos Castaño Posse escribió esto, debía llover sobre la comarca con las mismas ganas y la misma mala leche con la que llueve hoy, ciento y pico años después. Ahora solo nos queda hacer parodia, y convertir el “vamos a entrar en un país encantado” anotado por José María Quadrado en 1855 en “vamos a entrar en un país arruinado”.

Cuando dejó de llover en Macondo, la Isabel de Márquez se encontró frente a un estado perfecto que debía ser muy parecido a la muerte. Así estamos nosotros: revisando bibliografía para entretenernos en la sepultura que tan bien nos están cavando.

Fronterizos. Diario de León (12 abril 2013)

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