domingo, 7 de abril de 2013

Sin caldo y sin rata


Tres ejemplos del exilio intelectual: 
Carlos García Ruiz, dramaturgo; 
Eric González y Paula González, músicos; 
Mireya González, arqueóloga...






POR poner algunos ejemplos. Eric González Gancedo toca el oboe y lleva un par de años perfeccionándose como instrumentista por media Europa. Ahora vive en Munich pero es posible que el próximo verano acabe tocando en una orquesta china.

Paula González Cuellas reside actualmente en Bruselas. Es violinista y recibe un máster en la capital belga. Tiene bastante claro que difícilmente podrá desarrollar su carrera en España y busca oportunidades en la todavía solvente estructura musical europea.

Carlos García Ruiz, cansado de intentarlo en nuestro país, decidió hace algún tiempo instalarse en Bogotá y actualmente dirige el departamento de formación de un importante teatro de la capital colombiana, donde dentro de unos días se estrenará un texto suyo.

Mireya González Rodríguez reside ahora en Inglaterra. Hace un año trabajaba en una excavación arqueológica en Libia, donde le sorprendió la revolución contra Gadafi, como espléndidamente contó el pasado domingo en un reportaje de este periódico Carlos Fidalgo.

Son sólo unos pocos ejemplos extraídos del ámbito artístico, pero el vaciado se puede hacer en los sectores tecnológicos, científicos o humanísticos. La relación completa llenaría una biblioteca. Todos son bercianos, pero la lista se haría interminable si ampliáramos el espectro a lo provincial, lo regional o lo nacional. 

Son jóvenes espléndidamente formados con recursos que el estado español ha invertido y de los que el país no recuperará ni un céntimo. Nuestro dinero servirá para que el valor añadido de esa educación sea aprovechado por otros países. Un desastre cuya magnitud, además, se acentuará con el tiempo.

Cuenta Vicente Blasco Ibáñez en esa pequeña joya literaria titulada La vuelta al mundo de un novelista que a principios del pasado siglo se pusieron de moda entre las familias pudientes de América los cocineros chinos. Al parecer, como profesionales estaban bien valorados por su capacidad para combinar una innata vocación por la química nutritiva con un ingenio perfeccionista.

Dice el olvidado novelista valenciano que los invitados de cierta casa aristocrática de América del Sur se deshacían en elogios hacia el caldo que el cocinero chino preparaba y cuyo condimento se negaba a revelar. La señora, intrigada y curiosa, se coló un día en la cocina dispuesta a averiguar el secreto culinario de su empleado. Al levantar la tapa descubrió con horror una rata cociéndose a fuego lento. El cocinero, que no acababa de entender el disgusto de su jefa, intentó aplacarla con una solución práctica: «No grite; todo arreglado: caldo para ti, rata para mí».

Por aquí ni a ese pragmático acuerdo del cocinero chino llegamos. Por lo que parece, estamos condenados a quedarnos sin caldo y sin rata.

Fronterizos. Diario de León (24-2-2012)

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