sábado, 1 de abril de 2017

Teoría del cejijunto

El Roto
Se palpa, taimada y silenciosa, la conspiración de los cejijuntos. 
No se han conformado con poner de rodillas al poder democrático, que anda desde hace años como pollo sin 
cabeza, mendigando su lugar bajo el sol, transformando en vacío esperpéntico la vida política.
Tampoco se han saciado con el vaciado económico de la clase media y el empobrecimiento general de la población para incrementar la sangrante brecha social en la que condenamos al desamparo a más de un tercio de los ciudadanos para que la práctica mayoría de los dos tercios restantes mantegan a una élite intocable.
Es gente triste, convencida de que detrás de la libre opinión reina el maligno. No ríen. Al menos no lo hacen en público: es de suponer que en sus cosas de cejijuntos tendrán momentos para el chascarrillo venial al menos.
Son detectores de divergencias, comisarios de la corrección, feladores del poderoso, látigos del débil, inspectores corruptos del pensamiento corrompido. Creadores de todas las posverdades después de poner las verdades a su nombre ante notario.
Deciden lo que puede o no decirse. Encañonan al discrepante. Acusan desde el anonimato al que quiere pintar de azul el cielo gris. Forjan alianzas en las que juran fidelidad a lo mediocre. Levantan acta del dedo que señala a la luna. Entienden la sonrisa como la mayor de las provocaciones.

Ocupan todo el espectro político, de derecha a izquierda y viceversa. Están en los medios. Gobiernan y mastican los mendrugos de la oposición. Invaden la judicatura, la universidad, los lugares donde toman por nosotros las decisiones. 
Se quedan con nuestra alegría. Succionan nuestras más hermosas emociones. Se alimentan, como las máquinas de "Matrix", con el suero de nuestro miedo.
Todos les ayudamos con nuestros descuidos en las obligaciones comunitarias; con la falta de atención a lo importante, ahogados en las cotidianas urgencias; con nuestra frívola complicidad con la falsa erótica de los “like” de la amistad digital.
A Cassandra Vera, una joven estudiante de origen berciano, la acaban de condenar nada menos que a un año de cárcel por unos tuits sobre Carrero Blanco. La Audiencia Nacional ha considerado lo que en el peor de los casos pudiera ser una mala muestra de humor como un delito de humillación a las víctimas del terrorismo.
Equiparar el mal gusto, la zafiedad o la mera estupidez con el delito supone una deriva extremadamente peligrosa. Sancionar con cárcel un mal chiste coloca al pie de la prisión a medio país.
Es un triunfo de los cejijuntos. Cada día son más. Nos van rodeando. Taponan las salidas. Van ganando…

Como las vacas al tren (El Día de León; 1, abril, 2017)

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