Hace unas
semanas asistí a la reapertura del Teatro Pavón. El casi centenario espacio
madrileño, cercano al Rastro, donde en los años treinta reinó la revista de
Celia Gámez, ha sido rebautizado ahora como Pavón-Kamikaze, tomando el nombre
del grupo que asume su gestión y sin ocultar ese guiño de humor negro sobre los
riesgos suicidas que puede tener la operación.
El Pavón fue
sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico hasta la reciente reapertura del
Teatro de la Comedia. Este verano se supo que un puñado de hombres de teatro,
encabezados por el dramaturgo Miguel del Arco, tomaban la decisión de abrirlo
de nuevo, dispuestos a competir en el proceloso sector escénico de la capital y
a dotar de personalidad al centro.
Desde el éxito
de un trabajo montado a puro esfuerzo, como "La función por hacer",
Del Arco se ha convertido en uno de los nombres destacados del último teatro
español, que vive en lo creativo una auténtica "Edad de Oro". Sus
servicios como director son reclamados por las grandes estrellas de la escena y
sus montajes reciben premios y aplausos. Embarcarse en la reapertura de un
teatro desde lo privado pero con vocación de servicio público es una decisión
arriesgada, valiente y a la que sólo se le puede desear mucha mierda.
Mientras tanto,
en una galaxia más cercana de lo que parece, continúa la labor de las termitas
decididas a desprestigiar la gestión pública de las artes escénicas, acusada de
despilfarradora, incapaz y burocrática. Tras el ejército de roedores, aparecen
los comerciantes especializados en hacer fortuna con los despojos y la
explotación semiesclavista de los trabajadores.
Sujetos que se
han hecho ricos vendiendo baratijas envueltas en papel de colores, aparecen
ahora dispuestos a enseñarnos cómo gestionar los recursos que se han pagado (y
se seguirán pagando, independientemente de quien los gestione) con el esfuerzo
de todos los ciudadanos. En varias capitales de provincia de nuestra comunidad
ya han instalado sus cuarteles, diseñando estrategias y olfateando nuevas
presas.
Mientras tanto,
por este lado recóndito del mundo, ayer celebrábamos los veinte años de la
reapertura del Teatro Bergidum. Con sus aciertos y errores, con sus virtudes y
sus limitaciones, pero con una constante mantenida a lo largo de este tiempo:
su decidida apuesta por un concepto público de gestión, mal que les pese a las
termitas.
COMO LAS VACAS AL TREN
El Día de León (2-octubre.2016)
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