Joseph Beuys con liebre muerta |
A la Junta le dimiten en cadena los responsables del Musac.
Tres directores en poco más de siete años no parece un buen balance. La última,
elegida de forma impecable aplicando el reciente Código de Buenas Prácticas, apenas
ha aguantado los cien días preceptivos de cortesía.
Con ella han dimitido en bloque los asesores del comité artístico, muy crítico con la actuación del gobierno regional. Las dimisiones han destapado la caja de los reproches: interferencias en la gestión, zancadillas de esa cosa que nadie sabe bien qué es llamada Fundación Siglo y menosprecio del papel de la dirección.
Son cuestiones que ofrecen el muestrario habitual de tensiones entre los centros culturales públicos y sus mecenas políticos, inconscientes de su papel de delegados transitorios, que buscan en muchas ocasiones más un albacea de su voluntad que una figura autónoma, con criterio y responsabilidad. Nada nuevo bajo el sol: Cervantes a los pies del mecenazgo aristocrático del Conde de Lemos y los jóvenes artistas de la democracia buscando el calor del menguante presupuesto público.
Pero toda esta polémica no entra en el fondo del asunto. El arte contemporáneo, por su propia trayectoria, tiene cada día menos que decir en los museos, que vienen a ser las tumbas conceptuales de una expresión artística sometida a sus propias contradicciones y al vaivén caprichoso del viento político.
Si, como dice Félix de Azúa, "las estupideces o las groserías de las artes contemporáneas forman parte de nuestra manera de representarnos a nosotros mismos" qué mejor "performance" que la que ofrecen todos los días los diarios. Sin ir más lejos, esos bancos que ofertando productos financieros ininteligibles han hecho desaparecer el dinero de miles de humildes ahorradores, seguramente no buscaban en el fondo otra cosa que representar una metáfora de la volatilidad del inútil dinero. Eso sí: del dinero de otros.
En 1965, un artista alemán llamado Joseph Beuys, convertido después en santón de lo contemporáneo, se paseó por una galería de arte vestido con un traje de fieltro y la cabeza untada con miel y polvo de oro. En sus brazos llevaba una liebre muerta, a la que iba dando explicación de los cuadros ante la mirada atónita del público. Aquella acción pasó a la historia con el explícito título de "Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta".
Si este fuera un país serio, los responsables de bancos y cajas deberían ir explicándonos a dónde ha ido a parar nuestro dinero, vestidos con un traje a rayas horizontales y con la cabeza cubierta de ceniza. Y, en vez de liebres muertas bajo el brazo, una bola de hierro atada al tobillo. Cuando tenga un nuevo director, el "happening" podría mostrarse en el Musac.
Fronterizos. Diario de León (7 junio 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario