viernes, 24 de mayo de 2013

Las piruetas del tren


No se cerrarán estaciones, 
pero el tren no parará en ellas,
ha dicho una ministra...
NO hay ciudad sin tren. Se puede pasar sin aeropuerto. Lo del puerto es una mera circunstancia geográfica. Puede estar comunicada por autovía, autopista o por carretera nacional. Pero sin tren no existe ciudad que pueda llevar tal nombre. Y la nuestra ha sido una ciudad de trenes. Algo que ahora también se acaba.

Ciudad del Puente empezó a ser moderna cuando los raíles atravesaron el extrarradio, camino de La Coruña. Se levantó la estación lejos de las viviendas nobles para que no molestara el humo de las locomotoras a las señoras con apellido. Pero el prodigio ferroviario provocó que las calles empezaran a serpentear, entre huertos y pedregales, hacia aquel edificio en el que el animal de hierro vomitaba pasajeros mareados por el vértigo de la velocidad.

Luego llegó la explosión del carbón. Durante décadas, el silbido del vapor marcó el tiempo de los valles del Sil. Los jóvenes se sentaban en aquellos bancos de un vagón de tercera para protagonizar su propio western. Entre nubes de carbonilla eran capaces de atisbar en el horizonte las tribus indígenas que salían de las entrañas de la tierra.

Se acabaron los soñadores y el tren del norte se cerró a los pasajeros. Desde entonces es una vana promesa turística que se saca a pasear cada cuatro años. Sus locomotoras se encienden para la nostalgia. Las ponen a veces a hacer pis bien sujetas por su correa.

El otro, el tren del oeste, mediante el viejo truco de mantenerlo poco y cuidarlo menos, fue languideciendo. Salimos luego a la calle pidiendo uno más moderno y nos han entretenido desde entonces con vaguedades cada vez más vagas. Y cuando los pésimos horarios, los trazados decimonónicos y la indiferencia ya han conseguido el objetivo nos comunican, en una impresionante pirueta verbal ministerial, que “no se cerrarán estaciones, pero el tren no parará en ellas".

Magistral. Se aplica al tren de este lado del mundo la misma lógica de los aeropuertos construidos para solaz de los vecinos, no para su transporte. También aclara los planes para esta tierra condenada: se mantendrán las minas, pero sin mineros; se conservarán los polígonos industriales, pero sin industrias; no se cerrarán las bibliotecas, pero los libros habrá que llevarlos de casa.

En esa misma línea, las decisiones sobre el embarazo no las tomarán las embarazadas sino el obispo de guardia; las universidades formarán a nuestros jóvenes bajo la estricta vigilancia del Ministerio de Emigración y las operaciones quirúrgicas se efectuarán por sorteo ante notario.

En justa reciprocidad, en las próximas elecciones no eliminaremos las urnas, pero podríamos depositar en ellas nuestra opinión sobre todo esto primorosamente caligrafiada en papel higiénico. Sin usar, a ser posible.

Fronterizos. Diario de León (24-5-2013)

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