No se cerrarán estaciones,
pero el tren no parará en ellas,
ha dicho una ministra...
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NO hay ciudad sin
tren. Se puede pasar sin aeropuerto. Lo del puerto es una mera circunstancia
geográfica. Puede estar comunicada por autovía, autopista o por carretera
nacional. Pero sin tren no existe ciudad que pueda llevar tal nombre. Y la
nuestra ha sido una ciudad de trenes. Algo que ahora también se acaba.
Ciudad del Puente empezó a ser moderna cuando los raíles
atravesaron el extrarradio, camino de La Coruña. Se levantó la estación lejos
de las viviendas nobles para que no molestara el humo de las locomotoras a las
señoras con apellido. Pero el prodigio ferroviario provocó que las calles
empezaran a serpentear, entre huertos y pedregales, hacia aquel edificio en el
que el animal de hierro vomitaba pasajeros mareados por el vértigo de la
velocidad.
Luego llegó la explosión del carbón. Durante décadas, el
silbido del vapor marcó el tiempo de los valles del Sil. Los jóvenes se
sentaban en aquellos bancos de un vagón de tercera para protagonizar su propio
western. Entre nubes de carbonilla eran capaces de atisbar en el horizonte las
tribus indígenas que salían de las entrañas de la tierra.
Se acabaron los soñadores y el tren del norte se cerró a
los pasajeros. Desde entonces es una vana promesa turística que se saca a
pasear cada cuatro años. Sus locomotoras se encienden para la nostalgia. Las
ponen a veces a hacer pis bien sujetas por su correa.
El otro, el tren del oeste, mediante el viejo truco de
mantenerlo poco y cuidarlo menos, fue languideciendo. Salimos luego a la calle
pidiendo uno más moderno y nos han entretenido desde entonces con vaguedades
cada vez más vagas. Y cuando los pésimos horarios, los trazados decimonónicos y
la indiferencia ya han conseguido el objetivo nos comunican, en una
impresionante pirueta verbal ministerial, que “no se cerrarán estaciones, pero
el tren no parará en ellas".
Magistral. Se aplica al tren de este lado del mundo la
misma lógica de los aeropuertos construidos para solaz de los vecinos, no para
su transporte. También aclara los planes para esta tierra condenada: se
mantendrán las minas, pero sin mineros; se conservarán los polígonos
industriales, pero sin industrias; no se cerrarán las bibliotecas, pero los
libros habrá que llevarlos de casa.
En esa misma línea, las decisiones sobre el embarazo no
las tomarán las embarazadas sino el obispo de guardia; las universidades
formarán a nuestros jóvenes bajo la estricta vigilancia del Ministerio de
Emigración y las operaciones quirúrgicas se efectuarán por sorteo ante notario.
En
justa reciprocidad, en las próximas elecciones no eliminaremos las urnas, pero
podríamos depositar en ellas nuestra opinión sobre todo esto primorosamente
caligrafiada en papel higiénico. Sin usar, a ser posible.
Fronterizos. Diario de León (24-5-2013)
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