lunes, 15 de abril de 2013

Agosto del 36


Jerónima Blanco y su hijo, 
Fernando Cabo, asesinados 
en Ponferrada en 1936.
TUVO que hacer mucho calor aquel verano. Ese calor que se corta a media tarde en el agosto de la Ciudad del Puente y deja los pensamientos flotando en la ausencia de brisa. Pero el calor de aquel verano de hace 72 años tuvo que ser especialmente intenso, pegajoso, cruel. Tanto que volvió locos a los hombres y llenaron la tierra de la sangre de los sacrificios a un Dios ciego e ignorante. 
¿Cómo eran los asesinos de Jerónima Blanco Oviedo, esa niña de 22 años enterrada junto a su hijo de tan sólo tres en un barrio que entonces apenas tenía nombre? 
¿Qué ideología justifica este ensañamiento? ¿En qué venenoso discurso se apoyó el hombre que disparó y enterró a una mujer a la que ahora vemos mirando asustada a la cámara, con la elegancia de los humildes, mientras su mano derecha dibuja el gesto de proteger a su niño, vestido con tirantes y pantalones cortos? 

En agosto de 1936 hacía más de un mes que la guerra relámpago había terminado en la Ciudad del Puente pero, como decía el personaje protagonista de Las bicicletas son para el verano, no había llegado la paz: había llegado la victoria. 

¿De quién era enemiga esta mujer que esperaba otro hijo y a un marido combatiente en el frente asturiano? ¿Qué peligro representaba? ¿Para quién era una amenaza? 

El dinero y los cadáveres siempre dejan huella, dice una cínica frase extraída de alguna novela negra. Y en las cunetas de esta tierra, en las cunetas de muchas tierras lejanas y cercanas, siguen apareciendo huellas de tiempos difíciles de olvidar, a los que tenemos que enfrentarnos desde el conocimiento y el convencimiento del valor de la vida. 

El calor de venganzas imposibles de entender mató el 23 de agosto de 1936 a Jerónima y a Fernando y sus restos, hoy, duelen como agujas.

Fronterizos. Diario de León (20/07/2008)

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