miércoles, 27 de marzo de 2013

Secundario a su pesar

Steven Geray, con Rita Hayworth, en Gilda
VUELVEN a poner Gilda en ese lujo llamado “La 2” de Televisión Española. Y vuelve uno a quedar enganchado en ese homoerótico y turbio triángulo amoroso en la que luce sus trabajados encantos la sensualidad indefensa de Rita Hayworth, cuyos pecados, como bien ignora cualquier berciano, están enterrados en el cementerio de Cacabelos.

Pero esa es otra historia, hubiera dicho Moustache, el camarero parlanchín y cómplice que en Irma la dulce interpretó Lou Jacobi, uno de esos magníficos actores de carrera larga y papeles cortos cuyas caras quieren sonarnos pero de los que somos incapaces de retener el nombre, aunque sus apariciones en la pantalla dejen huella más profunda de la que indicaría la brevedad de sus personajes. Y es de eso de lo que uno quiere hablar: de la fascinación por los secundarios, convencido de que los mal diseñados echan abajo cualquier trama.

Por eso, ponen Gilda en “La 2” y se queda uno prendado con el hombre de los lavabos, el descarado Uncle Pío, el personaje que hace Steven Geray, un actor nacido en algún lugar del imperio austrohúngaro que hoy pertenece a Ucrania y del que, pese a haber participado en más de cien películas, sólo los cinéfilos más conspicuos podrían dar cuenta. Ese es el destino de los secundarios: unas pocas líneas en la difusa memoria de las enciclopedias y el mérito de haber compartido plano con, pongamos por caso, Humphrey Bogart o Bette Davis si nos llamamos Walter Brennan o Thelma Ritter.

Supongo que nadie nace con vocación de secundario, que es la vida, o el destino, o la suerte (táchese lo que no procede según las convicciones de cada cual) la que va encauzando el asunto con la arbitrariedad propia de la existencia. De ahí el material dramático que uno encuentra en esas biografías laboriosamente destinadas a convertir a sus artífices en grandes protagonistas de la historia pero que, aún alcanzado metas de importancia, llegan al final de sus días un par de peldaños por debajo de su objetivo.

Hace unos días enterraron a Manuel Fraga, un personaje que no ha pasado precisamente desapercibido en el último medio siglo de la historia española. Fraga fue franquista, conservador, demócrata, constitucionalista, centralista y galleguista. Y posiblemente todo a la vez. Alguien recordó la definición que de él hizo en la transición Antonio de Senillosa: “Fraga lo sabe todo y no entiende nada, Suárez no sabe nada y lo entiende todo”. Su fallecimiento ha generado toneladas de literatura periodística, que ha pivotado entre la acritud, la hagiografía y la rutina obituaria. Y en medio del estruendo uno sospecha que hemos asistido al último acto de un secundario a su pesar, destinado a la letra pequeña de los papeles de reparto.

Fronterizos. Diario de León (20 enero 2012)

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