En la prehistoria de Ciudad del Puente había peregrinos (pocos), emigrantes de vacaciones (bastantes) y viajantes de comercio (muchos). Lo que no había eran turistas. En cambio, sí había Oficina de Turismo. Ciudad del Puente siempre ha sido una población cargada de misteriosas contradicciones.
La oficina era un cubo de cristal, sofocante en verano, glacial en invierno, colocado al pie mismo del puente de la Puebla para comodidad de las palomas que picoteaban las hostias sin consagrar olvidadas en el derribo de la vieja iglesia de San Pedro.
La atendían unos remotos antecesores de Faemino y Cansado. Amalio Fernández, padre venerable de la fotografía berciana, y Pedro Fernández Matachana, cronista oficioso de las tradiciones vernáculas, custodiaban menguados rimeros de folletos ordenados alfabéticamente e impresos en Madrid. Las cosas, entonces, sólo se imprimían en la capital centrada y centrípeta.
Eran panfletos a dos tintas de la Ciudad Encantada de Cuenca, los Toros de Guisando, Tordesillas y otros lugares nunca explorados por Ulises. El interior se protegía del sol con fotos de un exotismo canijo pero irresistible para los preadolescentes que nunca habían pasado de Astorga: Ronda, la playa de Benidorm, el Parador de Cáceres. Y todo así…
Amalio y Pedro, condenados a penar en aquella cárcel de cristal, atendían el negociado con paciente desgana y enviaban mensualmente una escueta pero detallada estadística a los medios: “en febrero, han pasado por la oficina 48 personas y un belga”.
Las mejoras urbanas derribaron la jaula y la tecnocracia democrática aportó luego expertos en vendar paisajes con adjetivos, folletos en cuatricomía sobre papel cuché y autoridades que se compraban un traje para ir a ferias a probar canapés de salmón.
En Ciudad del Puente empezamos a ver turistas que pasaban fugaces buscando tipismos de interior, con el tiempo justo para fotografiarse ante las ruinas del castillo y probar patatas bravas del Bodegón y pulpo de Cubelos. Las callejuelas del casco viejo no daban para más. Al anochecer se ponían perdidas de yonkis.
El turismo, bendición envenenada para los lugares pobres, se convirtió entonces en la temible prioridad política que es hoy. Ahora, con el territorio descangallado y las esperanzas puestas en los milagros, se predica contra el turismo invasivo y destructivo, nuevo Saturno que devora las razones mismas de su existencia.
Cada vez hay más turismo pero nadie quiere ser turista. Tendríamos entonces que recuperar aquella caja de cristal. Y ponerla en la wikipedia como lugar donde guardar las cosas que nunca se van a encontrar.
Como las vacas al tren. El Día de León (22, julio, 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario