He compartido tres intensos días con un yanqui. Un señor amable,
educado y sonriente, como esos yanquis, medio artistas, medio intelectuales,
que salen en las películas de Woody Allen, vocalizan impecable, beben agua como
si bebieran champán y piden continuamente disculpas antes de rebatirte dándote
la razón.
Este yanqui se llama Kenneth J. Foster, ha dedicado su
vida a la programación de artes escénicas en diferentes poblaciones americanas
y está muy orgulloso de que una mujer opte por vez primera en doscientos años a
la presidencia de los Estados Unidos de América.
Contrariamente a lo que se espera de un yanqui relacionado
con el teatro, en tres días no ha mencionado para nada el marketing, las
posiciones de marca ni toda esa palabrería mercadotécnica tan propia de la
industria universal del "entertainment".
Por el contrario, su discurso se encauzó hacia el trabajo
con la comunidad, el cuestionamiento del éxito artístico basado únicamente en
lo numérico y el trascendente papel del arte como vehículo de intervención
social en tiempos tan críticos como los que vivimos.
Su labor pedagógica
discurrió no por los caminos del comercio y los balances contables, sí por las
también complicadas veredas de la complicidad, del tejido humano, de la mirada
atenta a la cercanía en tiempos de globalidades.
Por el defecto mental que uno arrastra, acabo intentando
trasladar las enseñanzas del yanqui a la realidad de esta Comarca Ensimismada
en la que vivo, tan falta de pulso, tan carente de estrategias, tan desprovista
de liderazgo y de masa social activa. Tan necesitada de una visión, de una
imagen conceptual, idealista pero convincente, sobre el futuro que deseamos.
Tan obligada a imaginarse a sí misma en un contexto cambiante en el que sólo la
creatividad aplicada a todos los campos
de la economía y la cultura será capaz de aportar una hoja de ruta mínimamente
viable.
Quiero pensar que nuestra
tierra tiene futuro pero, aún ignorando todo lo que va a suceder mañana, estoy
seguro de que ese futuro poco tendrá que ver con el modelo sobre el que ha
pivotado nuestra forma de vida en los últimos cien años. Un modelo cuya ya
larga agonía está lastrando en exceso el nacimiento de nuevos ritmos, de
diferentes objetivos, de distintos valores sobre los que fijar la convivencia.
Son cosas que uno piensa
después de pasar tres días con un yanqui.
COMO LAS VACAS AL TREN; El Día de León (12, junio, 2016)
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