Esos seres fugados de aquella inquietante película de Tod Browning, La parada de los monstruos |
HACE unos días vi a la mujer sin cuerpo. Fue en una
pequeña barraca en la que la cabeza flotante de una joven lloraba sus
desgracias ante un pequeño auditorio.
Un fenómeno que, convertido en acción
escénica, rememora las viejas atracciones que viajaban de feria en feria
asombrando al público con la exhibición de personajes estrafalarios o
malformados. Esos seres fugados de aquella inquietante película de Tod
Browning, La parada de los monstruos, de la que nació el fenómeno
friki muchísimos años antes de que Kiko Rivera se hiciera "diyéi".
Me llevó
esa mujer sin cuerpo a un viaje en el tiempo. A lo que entonces se llamaba el
Real de la Feria, así, con mayúsculas monárquicas, en un Polígono de las
Huertas recién urbanizado, todo calor inmisericorde y descampados arcillosos.
Fue el
espacio festivo de la Encina en Ciudad del Puente durante años y a lo largo de
la avenida principal levantaba sus tenderetes llamativamente pintados un gitano
Melquiades, que excitaba la imaginación de los niños con aquellos anuncios
prodigiosos: la mujer barbuda, la cabeza parlante, la mujer más gorda del
mundo, las hermanas siamesas...
Por allí
vendía Espirio chorizos, asados con energía solar antes de que existieran las
placas fotovoltaicas. Pepe el barquillero movía la ruleta de la suerte cuando
el juego era todavía ilegal en España y repartía obleas tan dulces como su
sonrisa, que ha quedado ahora melancólicamente congelada en bronce en la Plaza
del Ayuntamiento. Había un tenderete en el que una pareja de autómatas vestidos
de maños pisaban uva, incansables, donde se bebía un vino quinado mojado con
galleta que daba fuerzas para soportar el bullicio entremezclado de las
canciones más horteras del verano.
Eran
unas fiestas más humildes, más familiares, más modestas, en las que las mayores
atracciones eran las verbenas, con mucho pasodoble y mucha cumbia; las
carrozas, con aquellas figuras delicuescentes de la reina y las damas de honor
saludando, altivas y tímidas a la vez, y los "fuérganos" disparados
la víspera de la Encina para asombrar a los inocentes. Un año, quizá un par de
ellos, desfilaron las majorettes de Mont de Marsan y los adolescentes ejercimos
nuestra condición de enamoradizos y soñamos esa noche en francés.
A falta
de mejores atracciones, la fiesta se la buscaba cada uno porque todo lo que
sucedía aquellos días era extraordinario. Luego llegaron otros tiempos, aún no
sabemos si mejores o peores, y los ayuntamientos empezaron a tirar de chequera,
los intermediarios a engordar facturas, los artistas a poner sus cachés por las
nubes y el pueblo a convertir la fiesta en consumo.
Y ahora,
la mujer sin cuerpo ya no es una atracción ferial. Es un acto cultural.
Fronterizos. Diario de León (5, septiembre, 2014)