Ernesto Escapa, a los pies quizá del Duero |
Luego desaparecieron las fronteras, los guardias de la Raya fueron trasladados y el contrabando pasó al territorio de las leyendas. Los portugueses vivieron también años de aparente prosperidad. Sus infraestructuras mejoraron y las ciudades parecían abandonar aquella decadencia de las metrópolis venidas a menos; aquella tristeza que era «la lucidez de la melancolía» que menciona Enrique Rojas.
El final de esta historia ya lo conocemos: un país en quiebra económica, intervenido por una autoridad monetaria que no sabemos muy bien quién es, y un Estado que busca desesperadamente cuadrar sus cuentas mediante una mayor presión fiscal y un recorte de derechos laborales y de aquel bienestar tan europeo con el que soñábamos. Un panorama que iguala ahora a los dos países de una península que perdió en algún momento de la historia su oportunidad de ser la República Ibérica, capaz de mirar hacia tres continentes con la dignidad orgullosa de las especies que han sobrevivido a todas las catástrofes.
Pienso en todo esto a los pies del puente de Luis I, esa escultura de hierro que ilustra las fotos turísticas de uno de los lugares más hermosos del mundo, entendiendo la hermosura como ese estado mental en el que uno se siente especialmente cómodo con muy poca cosa.
Ha llegado uno a Oporto acompañado de Corazón de roble, que es un libro honrado y erudito, muy adecuado para conducirse en el encanto crepuscular del sol de invierno en la Ribeira, al pie de un Duero que ya se acaba.
Ernesto Escapa, buen conocer de la vida intelectual de nuestra comunidad, es el autor de este libro que recorre la línea de agua que fue frontera medieval y es hoy la cuenca que define geográficamente Castilla y León, con permiso del rebelde Sil berciano, al que no le da la gana de bajar hacia el sur y busca la complicidad del Miño para llegar al mismo mar.
Escapa traza un itinerario cultural apasionante, en el que busca la compañía de escritores que han hecho de este territorio su patria, empezando por los del 98, a los que conviene regresar para encontrar dónde agarrarse. Y abre su relato con un poema en el que Gerardo Diego se pregunta cuántas horas dura el Duero hasta caer en el abismo oceánico.
Y aquí está uno, contando horas en este arruinado solar de clérigos, burgueses y artesanos al que tanto nos parecemos.
Fronterizos. Diario de León. 6 enero 2012
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