Con una diligencia y una entrega fuera de
toda duda, el cabo Piris ordenó inmediatamente a la propietaria del
establecimiento que retirara aquella lámina tan perniciosa para la moral de la
población y tan conturbadora para la mocedad. De poco le sirvió a la librera
argumentar que era la reproducción de un famoso cuadro de Francisco de Goya,
insigne y preclaro hijo de la patria. Y sordo, para más señas.
El celo en el cumplimiento del deber del cabo
fue recompensando con una felicitación pública del plenario municipal. En sus
quince minutos de gloria, Piris declaró que él prefería a Sofía Loren antes que
la maja desnuda del aragonés. Javier Krahe todavía no había compuesto
"Villatripas", pero la letra ya estaba ahí.
La historia del cabo Piris ejemplificaba
aquel momento de un país pacato, carpetovetónico, reprimido y gris. Un país que
Luis Carandell tuvo la paciencia de documentar en su imprescindible y divertido
“Celtiberia show”.
En muy pocos años, el país cambió mucho. Al
menos eso nos parecía mirando la superficie social. Y los cineastas, los
escritores, los músicos, los dramaturgos, los artistas plásticos, los
humoristas (ay, Forges, cuánto te estamos echando ya de menos), contribuyeron
de forma sustancial a pasar la fregona a aquel machadiano país de “cerrado y
sacristía”. La libertad de expresión que consagró la Constitución y que tiene
sus límites no sólo en la ley sino en la tolerancia y en la paciente
relatividad ante la opinión ajena, costó muertos, bombas y amenazas, pero creo
recordar que hubo un tiempo, no tan lejano, en el que logramos un razonable
clima de convivencia en esta materia.
En los últimos años ha aparecido una nueva
especie: la del ciudadano que se levanta dispuesto a ser ofendido y a reclamar
a las más altas instancias, como uno de esos altivos personajes del teatro
áureo, por su honor mancillado. Armado de un detector de afrentas, sale a la
calle todos los días presto a localizar el oprobio.
Son cada vez más. Están en todas partes. Han
encontrado colaboradores imprescindibles en los legisladores y en el poder
judicial. Descuelgan cuadros de una exposición; secuestran libros que hablan de
la corrupción endémica de un territorio enriquecido por el narcotráfico;
analizan letras de raperos y confunden escarnio con mala calidad y pobreza de
estilo; rastrean tweet y embarullan el mal gusto y el chiste malo con el insulto.
Son poderosos, están calando en el mortecino tejido social. Denuncian a un
periodista como Valentín Carrera para amedrentar líneas críticas, tan
necesarias frente a la planicie del pensamiento.
Mi primera colaboración en este semanario fue
un obituario por la desaparición de Bierzo 7, el último medio escrito que había
resistido la tempestad digital en la Comarca Circular. Lamento tener que
despedirme de EL DÍA DE LEÓN con el temor de un regreso a los lóbregos tiempos
del cabo Piris.
Como las vacas al tren. El Día de León (3, marzo, 2018)
Como las vacas al tren. El Día de León (3, marzo, 2018)