Se ha visto estos días en la Feria de Teatro de Huesca “Lorca, la
correspondencia personal”, un texto tejido por Juan Carlos Rubio con
delicadeza, sabiduría y mucho amor hacia el que es, junto con Cervantes, el
nombre más universalmente conocido, leído y traducido de las letras
castellanas.
Usa el dramaturgo fragmentos no necesariamente dramáticos de Federico a
modo de teselas con las que construye un mosaico en el que bucear entre la
complejidad, el talento, la personalidad y los miedos de un creador magnético,
inquieto y fascinante. Una amiga teatrera me confesó a la salida que viendo
funciones como la que ha producido la compañía Histrión Teatro lloras pensando
en lo que hubiera podido ser este país con Lorca vivo.
Darle vueltas a lo que pudo haber sido y no fue sólo conduce por la dulce
pendiente del bolero o por el trastorno de la melancolía, pero la tentación es
grande e imaginar es barato. Y quiere pensar uno que una España con Lorca vivo
hubiera sido, efectivamente, un país mejor, con un tejido social en el que se
hubiera consolidado un ADN democrático, tolerante y creativo, dotado de unos
sólidos principios de convivencia con los que la mayoría pudiera sentirse
cómoda.
Una España con Lorca vivo hubiera sido más empática, más creativa, más
humana y con un sentido del humor menos negro y más integrador. Quiere uno
pensar que con Lorca vivo no hubiéramos llegado a este punto en el que
relacionamos la bondad con la debilidad, la bronca con la capacidad de liderar,
el menosprecio insultante con el espacio para el diálogo.
Tal vez con Lorca vivo no hubiéramos llegado a este momento de virilidad
viejuna y gregaria que huele a sobaco y a taberna, a consigna correosa y a
berrido ignorante, al machadiano desprecio de todo lo que se ignora, a esta ignorancia
oceánica, prepotente y grasienta.
Le gusta a uno imaginar que la calidad humana del poeta hubiera contagiado
a ciudadanos y ciudades que han dejado de oler a abono pero huelen cada día más
a mierda. Lorca, tan andaluz y tan poco andalucista, tan español y tan poco
españolista, hubiera ayudado a construir un país menos tribal, más
colaborativo, más interesado en entender el pasado que en manosearlo
obscenamente, más proclive a conjugar con justicia derechos y deberes que a
vestir con banderas balcones como refugio de cobardías sociales e
intelectuales.
A Lorca lo asesinaron en el trágico verano del 36. La historia discurrió
por la senda de sangre, fuego y autoritarismo que el poeta había presentido en
versos deslumbrantes. Imaginar es barato y aunque no cambia el pasado podría
ayudarnos a construir el futuro.
Como las vacas al tren. El Día de León (30, sep, 2017)